sábado, 30 de octubre de 2010

CRISTO NO PIDE DOCUMENTOS... CRISTO DE TODOS Y PARA TODOS

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En estos tiempos que corren en el que los detentadores y monopolizadores de la Doctrina extienen credenciales de Cristianismo y anatemas a quienes consideran herejes (casi todo el mundo menos ellos…) conviene leer textos como este que se titula Cristo no pide documentos del libro El Dios en quien no creo de Juan Arias.
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No puedo negarlo; cada vez que me encuentro con una persona que a pesar de vivir al margen de alguna religión o de actuar al margen de su apostolado jerárquico, me cita con calor, con convicción, con amor una palabra de Cristo, siento que algo me quema dentro de alegría. Indica, en el fondo, que Cristo es más grande que nosotros y que la misma religión o las iglesias; que si las cristiandades mueren o se marchitan, el Evangelio sigue siendo una cantera de donde pueden extraerse siempre nuevas realidades y nueva vida.
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Solemos decir: mi iglesia es Cristo; pero en realidad sería más justo decir: Cristo es mi iglesia. Son dos cosas distintas, a mi entender. Decir que mi iglesia, o tu iglesia, es Cristo puede llevarnos al error de echar sobre los hombros de Cristo todas las debilidades, las imperfecciones, los desaciertos y los pecados de las iglesias en su camino.
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Sin embargo nunca nos engañaremos diciendo que Cristo es la Iglesia: es decir, que sólo lo que existe en Cristo, lo que sintoniza con su persona y su mensaje, no lo que contrasta con él, eso es la Iglesia. No puede existir en la Iglesia nada que no tenga vida en Cristo, ni hay un solo rasgo de Cristo que no deba hallarse en la verdadera Iglesia Cristiana.
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Por eso si contemplo a Cristo, encuentro todo lo que deber ser la Iglesia; pero si miro a la iglesia en sus actuaciones, en sus hombres, no siempre veo la cara de Cristo.
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Por eso el esfuerzo deberá consistir cada vez más en poner a Cristo en el centro de nuestra Fe y, a partir de Él, con una cruda desnudez de todo lo demás, hacer nuestro examen de conciencia acerca de “nuestra” iglesia.
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Así, cuanto veo en Cristo puedo hacerlo mi iglesia; puedo sentirlo mi iglesia sin miedo, sin problemas. ¡Todo! Su deseo heroico de realizar la voluntad de su padre; su defensa del hombre personal, caído, débil, humillado; su actitud crítica, casi provocativa, contra toda estructura religiosa o civil que este impregnada de fariseísmo y atente contra la autenticidad; su exigencia heroica en el amor que alcanza hasta el enemigo; su concepto revolucionario del poder y de la autoridad exigiendo que el mayor se convierta en el más pequeño y sirva a todos; su desafío al mundo del poder y del dinero confiando más en la pobreza y en la humilde y tenaz confianza en el Padre común; su falta de arrepentimiento frente al don de la libertad concedida al hombre con todas sus terribles y magnificas consecuencias, etcétera.
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Pero si miro a la Iglesia no siempre puedo decir que es Cristo, que revela a Cristo; porque Cristo fue pobre; él y su comunidad primera; porque Cristo no excomulgó a nadie: él mismo dio con su mano la comunión a Judas a quien conocía traidor; porque Cristo confió más en el Espíritu Santo que en la ciencia o en poder o en la diplomacia para la extensión de su Reino; porque nunca claudicó ante las exigencias de ninguna política; porque nunca acepto la espada para defender no ya su doctrina sino ni siquiera su persona; porque Cristo fue siempre libre y defensor de todas las libertades más legítimas predicando la verdad y toda la verdad sin miedo al riesgo; porque no se avergonzó de predicar las bienaventuranzas sino que las hizo carne propia: era un pobre, fue perseguido, repartió la paz.
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Y sobre todo porque Cristo dijo claramente una verdad que nos está costando aceptar a no pocos hombres y mujeres que nos decimos cristianos: El que no está contra ustedes, está con ustedes (Lucas IX, 50). Quizás pocas veces como hoy tengan un sentido actualidad estas palabras de Cristo. El movimiento desencadenado en el mundo hacia la búsqueda de los principios básicos del Cristianismo que puedan salvar a la presente generación a muchos hombres y mujeres de hoy que no son “de los nuestros” a invocar también ellos el nombre y la doctrina de Cristo.
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Y nosotros con frecuencia nos rebelamos, aunque realicen milagros, por el mero hecho de que no son de los nuestros. Y sin embargo las palabras de Cristo son tajantes y nadie será capaz de ahogarlas. A veces nos gustaría amordazarlas para que no gritaran, pero ellas están ahí, siempre vivas, como la mejor defensa de los sinceros, como una prueba irrefutable de que Cristo, su nombre bendito, su fe en él, en su persona real y presente entre nosotros, es más grande que la Iglesia misma y no está monopolizada por ninguno.
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El texto evangélico, que hoy merecería una especial meditación por parte de no pocos religiosos dice textualmente: “Juan empezó a decirle: Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y hemos tratado de impedírselo, porque no viene con nosotros. Pero Jesús dijo: no se los impidas, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes(Lucas XI, 49-50).
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El texto paralelo de Marcos añade: Ninguno que haga un milagro en mi nombre hablará luego mal de mí. Ambos textos recuerdan el pasaje de Números XI, 26 "Habíanse quedado en el campamento dos de ellos, uno llamado Eldad y otro llamado Medad; y también sobre ellos se posó el espíritupero no se presentaron en el tabernáculo y se pusieron a profetizar en el campamento. Corrió un mozo a avisar a Moisés, diciendo: Eldad y Medad están profetizando en el campamento. Josué, hijo de Nun, ministro de Moisés desde su juventud, dijo: mi señor Moisés, impídeselos. Y Moisés le respondió: ¡Ojalá que todo el pueblo de Yahvé profetizara y pusiese Yahvé sobre ellos su espíritu!".
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Moisés no se escandalizó de que también profetizaran aquellos a quienes él no había impuesto las manos porque sabía que Yahvé era más grande que él y podía enviar su espíritu libremente a cualquiera. Y su corazón grande y sencillo se alegro de ello.
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En los evangelios de Lucas y Marcos este incidente de Juan con el maestro viene inmediatamente después de la lección que el maestro les da a los apóstoles acerca de la humildad evangélica, presentándose él mismo bajo la imagen de un niño indefenso y afirmando solemnemente: “El menor entre ustedes será el más grande”.
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La tentación de ambición sacudía ya a los mismos apóstoles. Cristo la corta de raíz. Una tentación que no apagará sus ardores a lo largo de los siglos y que seguirá golpeando a la puerta de tanto que practicamos el cristianismo. Una tentación que cristalizará tantas veces en ansia de poder, de grandeza, de dominio, de monopolios para las iglesias. Esa tentación que Pablo VI advirtió dentro de la Iglesia Católica y contra la que luchó con un esfuerzo titánico.
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Si al apóstol Juan le molestaba ya el que alguien que no iba con ellos hiciera milagros aunque fuera en nombre de Cristo; si no sólo le molestaba sino que trataba de impedírselo abusando de su autoridad de apóstol, no es extraño que a lo largo de la historia se haya repetido la tentación en las iglesias y hayamos condenado y prohibido, más de una vez, hacer uso del nombre de Cristo, de su palabra, de su doctrina a quienes “no eran de los nuestros”.
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Pero si no hemos de extrañarnos de estas debilidades y tentaciones tampoco podemos ignorar que las palabras de Cristo siguen siendo actuales y vivas: “No se los impidas”. Cristo sale en defensa de la libertad de todo aquel que honradamente busca el bien de su hermano, de todo aquel que arroja cualquier demonio que esclavice al hombre, de todo aquel que descubre la verdad en nombre de aquel que es la verdad misma.
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Es un mandamiento de Cristo y a mi juicio grave y solemne: “No se los impidas”. Todo el que no esta está en contra de tu iglesia está con ella, sobre todo si invoca el nombre, la fuerza, el mensaje de Cristo.
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¡Que lejos estaba Cristo de exigir, para poder realizar el bien, insignias, carnets y afiliaciones de cualquier tipo!
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Cristo admite que, en su nombre, puede hasta hacer milagros quien no pertenece a su Iglesia jerárquica. Es la visión de un Cristo que no tiene fronteras, que siembra en todos los campo; un Cristo que es de todos; un Cristo presente en el corazón de quien le invoca.
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¿Podemos decir que hemos profundizado del todo esta verdad del Evangelio? ¿Qué la hemos hecho realidad en nuestro trabajo apóstolar? Todas las iglesias cristianas han tenido muy presente este versículo en algún momento de su desarrollo evangélico. Y algunos resultados han sido realmente sorprendentes. Pero, en la práctica cotidiana, en las iglesias y religiones concretas queda aún mucho por recorrer has que nos hayamos atrevido a dar luz verde, con fe, con inquebrantable esperanza, al “¡no se lo impidas!” de Cristo.
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Por que la realidad es que la tentación de Juan sigue viva entre nosotros.
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Nos sigue molestando, y buscamos mil excusas para prohibir que en nombre de Cristo se hagan milagros, echen demonios, empujen la conquista de los derechos humanos y hasta religiosos a:
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-Personas que no son cristianas pero que invocan a Cristo (como puede ser un musulmán).
-Personas que no son cristianas, católicas o evangélicas pero que profesan un fe viva en Cristo (los monjes de Taizé).
-Personas que, llamándose ateas, invocan y realizan en más de un aspecto la doctrina de Cristo (los marxistas sinceros).
-Personas que, sin pertenecer a ninguna acción religiosa específica, a ninguna institución religiosa, sin ningún nombramiento jerárquico y oficial, pero sí en nombre de Cristo, de la fe que tienen en él, del amor que les quema las entrañas y hasta de los mismos carismas extraordinarios que de él han recibido, hacen verdaderos milagros; obran conversiones; transforman las conciencias; reparten la alegría pascual; descubren la fraternidad universal; revelan la tremenda dignidad del hombre; luchan por madurarlo en el ejercicio de la libertad creadora que hace al hombre colaborador directo y amigo íntimo de Dios; abren caminos nuevos en la búsqueda de formas de vida que sean más conformes no sólo a las exigencias del hombre nuevo sino del mismo Evangelio.
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Limitándonos a este último punto hay que ser sinceros y afirmar que la tentación y el pecado de Juan de prohibir “hacer milagros” a los que no eran de su compañía, asedia continuamente a más de uno de líderes religiosos de cualquier denominación cristiana.
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Si tuviéramos el coraje de aplicar con valentía el criterio evangélico de Cristo en Lucas y Marcos, no caeríamos tantas veces en el pecado de matar tantas iniciativas del Espíritu; de esterilizar tantos esfuerzos heroicos de almas realmente santas; de sofocar tantos dones que el buen Dios sigue repartiendo para enriquecer a su Iglesia porque sus manos no se han secado y porque, en frase de Pablo, su medida sigue siendo la “superabundancia”; sobre todo con los pequeños, con los libres de espíritu, con los que no temen a la luz porque tienen los ojos llenos de hambre de verdad; con los que son capaces de descubrir la presencia de Dios en las pequeñas cosas que florecen cada día a nuestro alrededor.
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Bastaría que, frente a la persona o al movimiento que realiza “milagros”, que abre caminos nuevos, que arrastra al pueblo de Dios a la búsqueda de una iglesia más de Cristo y menos nuestra nos preguntáramos sencillamente: ¿Está contra Cristo? ¿Está contra el cristianismo? ¿Lo qué hace, lo hace en nombre de Cristo? Todo lo demás no cuenta. Si la fuerza para hacer el milagro le viene de un don especial o de un esfuerzo de su voluntad, poco importa. Si el milagro se realiza y se realiza en nombre de Cristo, allí está Dios y allí está su iglesia; porqué el que no está contra Cristo está con él.
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“¡No se lo impidan!” ¡Que mandamiento cargado de esperanza! ¡Y es de Cristo! ¡Y a sus apóstoles!
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jueves, 28 de octubre de 2010

EVANGELIO Y RELIGION

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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El pasado día 17 de septiembre, el teólogo José Comblin pronunció en la UCA de San Salvador una conferencia que, desde hace algunas semanas, está circulando profusamente por la red. A mí me llegan todos los días varios correos con el texto de esta conferencia. El tema que propuso Comblin es estimulante y da que pensar, como ya lo indica el título del tema que trató: "¿Qué nos está pasando en la Iglesia?" (el texto completo de la conferencia se puede encontrar en http://www.atrio.or/).
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Pues bien, del contenido del texto de Comblin, me parece que es de singular importancia la distinción que hace entre "Evangelio" y "Religión". Confieso que me da pena el solo hecho de pensar en la cantidad de cristianos, bautizados, practicantes, personas de buena voluntad y de las mejores intenciones, que ni siquiera se han detenido a pensar, alguna vez por lo menos, en la diferencia radical que existe entre el Evangelio y la Religión. Comblin lo dice de la forma más sencilla posible: "El Evangelio viene de Jesucristo. La Religión no viene de Jesucristo". Y esto, ¿qué tiene que ver con lo que nos está pasando en la Iglesia? Muy sencillo: en la vida y el funcionamiento de la Iglesia, ocupa más espacio y tiene más importancia la Religión que el Evangelio. Así de claro.
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Me explico. El Evangelio expresa la voluntad de Dios que busca al hombre. La Religión expresa la voluntad del hombre que busca a Dios. Por tanto, de entrada, Evangelio y Religión son dos movimientos radicalmente contrapuestos. Esto es lo primero que, antes que ninguna otra idea o proyecto, habría que tener en cuenta. Como habría que pensar muy en serio lo que esto representa. Por eso, entre otras razones, la Religión es un "hecho cultural", mientras que el Evangelio es un "hecho contra-cultural". El hecho religioso, por más que tenga como punto de arranque alguna teofanía, es siempre un hecho que nace dentro de una cultura y siempre está marcado por esa cultura. Las religiones orientales tienen sus peculiaridades muy condicionadas por las culturas orientales. Como ocurre con las religiones africanas, etcétera. Por el contrario, el Evangelio es siempre un movimiento que interpela a los oyentes de la Palabra (que es Jesús) a enfrentarse con no pocos elementos propios de la cultura, como son, por ejemplo, el ejercicio del poder, las leyes sobre la propiedad de los bienes, los privilegios de los notables, el uso del dinero, la relaciones de parentesco, etcétera.
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Lo que acabo de indicar explica cómo y por qué, en el Cristianismo, ocurre que la presencia de la Religión (elaborada en la cultura de Occidente) tiene más presencia y es más determinante que el Evangelio, que tendría que ser la fuerza de contestación y transformación de nuestra cultura de Occidente, que es, hasta hoy, la cultura dominante en un mundo sobrecargado de desigualdades, injusticias y violencias.
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El hecho es que, como dice Comblin, las cosas han llegado a ponerse de manera que Jesús es más "objeto de culto" que "modelo de seguimiento". Pero de sobra sabemos que el culto no cambia la vida de la gente, sino que más bien la tranquiliza. Sólo el seguimiento -que es lo que Jesús les pidió a los discípulos- sería capaz de movilizar a la gente para reorganizar una Iglesia más de acuerdo con el Evangelio, aunque eso tuviera el enorme coste del enfrentamiento con tantos elementos anticristianos que han marcado la cultura en que vivimos.
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Para terminar, una observación. El seguimiento de Jesús no es posible si no se vive una espiritualidad muy honda, una fe fuerte en el Padre del Cielo, como lo vivió el propio Jesús. En definitiva, se trata de comprender y asumir que seguramente nos sobran ritos y ceremonias; y nos falta la necesaria mística para seguir a Jesús.
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"OLVIDAR ES CONTAGIOSO: PROTEGE AL PROJIMO COMO A TI MISMO"

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"El preservativo no es un remedio milagroso en la prevención contra el SIDA, pero es una posibilidad entre otras. Aquel que no lo mencione cuando se aborda el tema del SIDA, actúa contra la ética. Nuestra acción no es una provocación. Nosotros debemos proteger la vida, y lo hacemos a través de los preservativos”.
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Estamos gratamente sorprendidos por esta noticia: Una iglesia de la ciudad de Lucerna, localizada en el centro de Suiza está repartiendo desde hoy y hasta el miércoles condones de forma gratuita a todo el que se pase a recogerlos. La iniciativa que se enmarca dentro de una campaña de prevención contra el Sida. El obispo mudo, pero la que sí se ha pronunciado ha sido la organización antiabortista Human Life, que ha calificado esta acción de “irresponsable”.
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La Iglesia Católica de la ciudad de Lucerna, en el centro de Suiza, distribuirá desde este lunes y hasta el miércoles preservativos gratis a los ciudadanos.
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Aun a riesgo de contravenir los preceptos del Vaticano, la Diócesis de Lucerna ya ha repartido miles de preservativos desde su puesto de distribución en la estación de tren de Lucerna, un éxito de un suministro que ha desatado tantas críticas entre colectivos católicos como alabanzas por parte de la sociedad civil.
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Bajo el lema Olvidar es contagioso; protege al prójimo como a ti mismo, la Iglesia Católica de Lucerna quiere atraer la atención sobre los riesgos de las relaciones sexuales no protegidas.
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El preservativo no es un remedio milagroso en la prevención contra el sida, pero es una posibilidad entre otras, indicó Florian Flohr, responsable de comunicación del clero de Lucerna. Aquel que no lo mencione -continuó- cuando se aborda el tema del Sida, actúa contra la ética.
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Además de la distribución de los profilácticos, la campaña incluye un autobús de información itinerante y visitas a las parroquias de Lucerna, a las que ya se han inscrito cerca de una quincena de estudiantes de secundaria de la localidad.
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Mientras el obispado del cantón de Bale (al que pertenece Lucerna), ya ha anunciado que quiere informarse sobre los “deseos” de la campaña, sus promotores defienden que también quieren demostrar que la Iglesia Católica “no está vetusta”.
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Nuestra acción no es una provocación”, explicó el responsable de una de las parroquias, Alois Metz, a un programa de la televisión alemana, y aseguró: Nosotros debemos proteger la vida, y lo hacemos a través de los preservativos.
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Si bien el obispado de Bale aún no ha condenado abiertamente la iniciativa, otros, como el del cantón de Coire, y la organización antiabortista Human Life la han calificado con vehemencia como “irresponsable”.
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Por su parte, la asociación Ayuda suiza contra el Sida se ha congratulado por la controvertida campaña.
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miércoles, 27 de octubre de 2010

ESTADO LAICO Y CRISTIANISMO LAICO

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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La manifestación del sábado 23 de octubre, por las calles de Madrid, en la que numerosos colectivos de ciudadanos y de creyentes han expresado su protesta por la mal disimulada "confesionalidad" de un Estado (el español) que constitucionalmente es "no-confesional" (Const. Española, art. 16, 3), plantea, entre otras, una cuestión que los cristianos tendríamos que afrontar con lucidez, valentía y libertad. Esta cuestión se refiere, no a la confesionalidad religiosa del Estado, sino a la confesionalidad religiosa del Cristianismo. Digo esto porque parece razonable sospechar que bastantes ciudadanos (sean o no sean cristianos) ven un serio problema en la confesionalidad religiosa del Estado. Lo cual es, efectivamente, un problema importante, que necesita ser debidamente matizado por los expertos en Derecho Constitucional. Y por eso entiendo que es enteramente razonable y necesario que muchos ciudadanos, sean o no sean creyentes, protesten por el hecho de que sus dineros se dediquen a costear una confesión religiosa (la Iglesia) o a pagar los viajes del Papa.
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Pero creo que es de suma importancia caer en la cuenta de que, para los cristianos, el problema de fondo no es el problema de la confesionalidad religiosa del Estado, sino el de la confesionalidad religiosa del Cristianismo. Digo esto porque, a mi manera de ver (no hablo ahora de los ciudadanos no-creyentes), la cuestión más seria que se le plantea a la Iglesia y se nos plantea a los cristianos, no es que el Estado español aclare, según el Derecho Constitucional, el significado y los límites de sus relaciones con la Iglesia (y con las demás confesiones religiosas), sino que la Iglesia y los cristianos nos aclaremos sobre nuestras relaciones con el Evangelio de Jesús.
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La pregunta que, con lucidez, valentía y libertad, tenemos que afrontar los cristianos es la siguiente: si leemos atentamente los evangelios, ¿podemos asegurar que Jesús fundó y quiso una "confesión religiosa", es decir, una "religión", como otra más entre tantas otras religiones que hay en el mundo? A los cristianos -y más a los católicos- nos han educado en el convencimiento de que el Cristianismo es una religión. Es más, siempre se nos ha dicho que el Cristianismo es la única religión verdadera. Lo que supone obviamente que todas las demás son falsas. Pero, con el Evangelio en las manos, ¿podemos afirmar que eso es así con toda seguridad? Por supuesto, Jesús fue un hombre profundamente religioso. Su intensa y frecuente relación con el Padre del cielo, su prolongada oración al Padre del cielo, su predicación sobre el Reino de Dios, la fe en Dios, la bondad de Dios, todo eso pone en evidencia la intensa religiosidad de Jesús. Es, pues, correcto decir que Jesús fue un profeta de Dios, un carismático religioso, un místico que vivió una profunda experiencia de Dios. Pero también todo eso pone de manifiesto que la religiosidad de Jesús no se acomodó, ni se ajustó, ni estuvo de acuerdo con la religión establecida, ni siquiera con el hecho religioso tal como suele ser vivido y practicado en casi todas las confesiones religiosas que conocemos. ¿Por qué?
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Según el gran relato del Evangelio, Jesús fue un hombre conflictivo. De forma que el relato global del Evangelio es el relato de un conflicto. Un conflicto tan grave, que acabó en violencia y muerte: la muerte violenta de Jesús. Ahora bien, lo decisivo, en este relato, está en que el conflicto, que se nos relata, fue el enfrentamiento de Jesús con la religión. La religiosidad de Jesús fue una religiosidad "marginal", es decir, él vivió su relación con el Padre al margen de la religión oficial. Nunca, en los evangelios, se nos dice que Jesús fuera a orar al Templo, ni que participara en los sacrificios rituales que imponía la liturgia del Templo. Ni Jesús construyó un templo o una capilla aparte. Sabemos, además, la denuncia tan grave que hizo Jesús contra el Templo, del que dijo que había sido convertido en "una cueva de bandidos". Por otra parte, Jesús tuvo conflictos frecuentes con los observantes religiosos por causa de su no observancia de preceptos que imponía la religión (observancia del sábado, del ayuno, de las purificaciones rituales, ...). Jesús, además, se enfrentó a los sacerdotes y, sobre todo, a los sumos sacerdotes. Hasta el extremo de que fue el consejo supremo del Sanedrín el que decretó su muerte y forzó al procurador romano, Pilatos, para que firmara la ejecución de Jesús en una cruz.
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Es verdad que la teología de San Pablo presenta una interpretación distinta de la muerte de Cristo, como sacrificio y expiación por nuestros pecados. De forma que la decisión de la muerte de Jesús fue una decisión del Padre, para nuestra redención y salvación. Esto es lo que san Pablo explicó en sus cartas entre los años 50-55. Pero sabemos que, algunos años después, a partir del año 70, los Evangelios, empezando por el de Marcos, nos dejaron claro que una cosa es la "interpretación teológica", que dio Pablo de la vida y la muerte de Cristo, y otra cosa es el "relato histórico" que presentan los evangelios de cómo fue la vida y por qué ocurrió la muerte de Jesús. Es cierto que los cristianos tenemos que saber armonizar la "interpretación teológica" de Pablo con el "relato histórico" de los evangelios. Pero el hecho es que, en la historia del cristianismo, esta armonización se ha hecho de forma que la "interpretación teológica" de Pablo ha sido más determinante, para la teología cristiana, que el "relato histórico" de los evangelios.
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La consecuencia ha sido que el Cristianismo y la Iglesia se han orientado y configurado, ante todo, como una "religión" (templos, sacerdotes, sacramentos, dogmas, poderes religiosos, ...), siendo así que, en realidad, Jesús de Nazaret no pensó en nada de eso, ni en su vida se dedicó a poner en práctica nada de eso. De ahí que los grandes temas de Pablo son los que han configurado la "teología" cristina, mientras que los relatos de la vida de Jesús han quedado, en la vida y funcionamiento de la Iglesia, relegados a un segundo término, como elementos inspiradores de la "espiritualidad" cristiana.
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Así las cosas, y volviendo al comienzo de esta reflexión, lo más lógico tendría que ser que los cristianos nos preocupemos, ante todo y sobre todo, por vivir un "cristianismo laico", como lo vivió Jesús de Nazaret. Porque, si vivimos así nuestra relación con Jesús, lucharíamos más contra el Estado confesional y nos esforzaríamos mucho más por nuestra "religiosidad laica" y nuestra profunda espiritualidad, la "religiosidad alternativa", que vivió y nos enseñó Jesús.
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domingo, 24 de octubre de 2010

LA POSTURA JUSTA (Lucas XVIII, 9-14)

por José Antonio Pagola
(Licenciado en Teología - Sacerdote)
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¿Con quién me identifico?
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Según Lucas, Jesús dirige la parábola del fariseo y el publicano a algunos que presumen de ser justos ante Dios y desprecian a los demás. Los dos protagonistas que suben al templo a orar representan dos actitudes religiosas contrapuestas e irreconciliables. Pero, ¿cuál es la postura justa y acertada ante Dios? Ésta es la pregunta de fondo.
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El fariseo es un observante escrupuloso de la ley y un practicante fiel de su religión. Se siente seguro en el templo. Ora de pie y con la cabeza erguida. Su oración es la más hermosa: una plegaria de alabanza y acción de gracias a Dios. Pero no le da gracias por su grandeza, su bondad o misericordia, sino por lo bueno y grande que es él mismo.
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En seguida se observa algo falso en esta oración. Más que orar, este hombre se contempla a sí mismo. Se cuenta su propia historia llena de méritos. Necesita sentirse en regla ante Dios y exhibirse como superior a los demás.
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Este hombre no sabe lo que es orar. No reconoce la grandeza misteriosa de Dios ni confiesa su propia pequeñez. Buscar a Dios para enumerar ante él nuestras buenas obras y despreciar a los demás es de imbéciles. Tras su aparente piedad se esconde una oración “atea”. Este hombre no necesita a Dios. No le pide nada. Se basta a sí mismo.
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La oración del publicano es muy diferente. Sabe que su presencia en el templo es mal vista por todos. Su oficio de recaudador es odiado y despreciado. No se excusa. Reconoce que es pecador. Sus golpes de pecho y las pocas palabras que susurra lo dicen todo: “¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.
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Este hombre sabe que no puede vanagloriarse. No tiene nada que ofrecer a Dios, pero sí mucho que recibir de él: su perdón y su misericordia. En su oración hay autenticidad. Este hombre es pecador, pero está en el camino de la verdad.
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El fariseo no se ha encontrado con Dios. Este recaudador, por el contrario, encuentra en seguida la postura correcta ante él: la actitud del que no tiene nada y lo necesita todo. No se detiene siquiera a confesar con detalle sus culpas. Se reconoce pecador. De esa conciencia brota su oración: “Ten compasión de este pecador”.
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Los dos suben al templo a orar, pero cada uno lleva en su corazón su imagen de Dios y su modo de relacionarse con él. El fariseo sigue enredado en una religión legalista: para él lo importante es estar en regla con Dios y ser más observante que nadie. El recaudador, por el contrario, se abre al Dios del Amor que predica Jesús: ha aprendido a vivir del perdón, sin vanagloriarse de nada y sin condenar a nadie.
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viernes, 22 de octubre de 2010

"LE PIDO A DIOS QUE ME LIBRE DE DIOS."

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Esto es lo que le pedía a Dios el Maestro Eckhard, uno de los místicos más grandes que ha tenido la Iglesia en su larga historia. Este hombre, que nació en 1260 (Hochheim - Alemania) y murió en 1327 (Avignon - Francia), fue un dominico que ocupó cargos de gobierno y enseñanza en su Orden Religiosa y en la Universidad de Paris. En 1326, el arzobispo de Colonia inició un proceso contra las enseñanzas de Eckhard en sus sermones. El asunto llegó al Papa Juan XXII, que residía en Avignon. Pero el místico dominico se sometió, de antemano, a la decisión que pudiera tomar el Pontífice. Eckhard viajó a Avignon para defenderse ante el Papa, pero antes de poder presentar su defensa, murió inesperadamente.
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No pretendo aquí exponer la doctrina del Maestro Eckhard, enseñanza compleja y no siempre fácil de interpretar, que se basa en el más hondo radicalismo evangélico, en ideas filosóficas que tienen su origen en Plotino, y en la Guía de descarriados, de Maimónides. Como es lógico, todo esto no cabe en el post de un blog tan sencillo como éste. Dicho esto, lo que hoy quiero plantear es que el tema de Dios, que tendría que servir para unirnos a los humanos, con frecuencia sirve para todo lo contrario. Porque es un hecho que a Dios en sí mismo nadie lo ha visto ni lo puede ver (Jn I, 18). Por eso cada pueblo, cada cultura, cada religión, cada grupo humano y cada individuo "se lo representa" como puede. O quizás como a cada cual le conviene o le interesa.
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El problema no está en que cada creyente se invente "su propio dios", de acuerdo con sus particulares conveniencias. No se trata de eso. El problema radica en que las personas que creen en Dios, por eso mismo, tienen la tendencia (inconsciente) a relacionar determinados ámbitos de su vida y su conducta, no con Dios en sí, sino con la "representación de Dios" que cada cual se hace. O quizá con la "representación de Dios" que le han impuesto a cada uno en el ambiente religioso en el que se desenvuelve, en el que vive, y al que sin duda se somete. Sobre todo, cuando el creyente de una determinada religión está persuadido de que esa religión ha sido "revelada" por Dios mismo. Incluso -lo que es más complicado- cuando el creyente pone toda su fe y su vida entera en un Dios que se ha "revelado" así, tal como el creyente lo piensa y lo acepta. Con lo cual, lo que sucede es que la "representación", que nos hacemos de Dios, la identificamos con "Dios en sí mismo". O sea, identificamos nuestra representación "inmanente" con el Dios "trascendente".
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Y aquí, en el proceso íntimo (que se vive en la intimidad del espíritu) que acabo de apuntar, ahí es donde empieza el peligro. El enorme y asombroso peligro que, sin duda, intuyó el Maestro Eckhard. Es verdad que el pensamiento del gran místico alemán iba mucho más lejos, hasta la idea misma de Dios. Yo no me refiero ahora a eso. Estoy hablando de nuestros comportamientos. Y bien sabemos que hay zonas de nuestra conducta -desde nuestras ideas hasta nuestros hábitos de vida- que, si los explicamos a partir de una presunta voluntad absoluta de Dios, por eso mismo los hacemos tan absolutos, tan intocables, tan indiscutibles, que, como es lógico, detrás de posturas tan férreas, tan intransigentes, tan agresivas y hasta tan violentas, sin duda alguna es que, detrás de esas posturas (tan absolutamente intolerantes), tiene que haber un "dios intolerante", quizá un "dios violento". Por eso, a veces, ocurre que las posturas más profundamente irracionales son, en el fondo, posturas profundamente religiosas.
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Muchas veces, al ver cómo se comportan o cómo hablan algunas personas, me he preguntado: "¿En qué dios creerá este hombre o qué dios tendrá en su cabeza esta mujer?" Yo me planteo muchas veces esta pregunta porque no me cabe en la cabeza que Dios, que es el Dios-Padre de todos los mortales, pueda estar legitimando, justificando, impulsando o promoviendo el insulto, la palabra humillante, la falta de respeto, la intolerancia, la dureza de corazón... Por no hablar de la ofensa descarada, del abuso del débil, y de tantas otras situaciones que causan dolor, malestar, división, y otras cosas que hasta da vergüenza mencionar. Cuando pienso en estas cosas y en este tipo de situaciones, no puedo dejar de recordar los numerosos textos de los cuatro Evangelios, en los que Jesús afirma e insiste que quien "recibe", "acoge", "escucha" o "rechaza" a un ser humano, aunque sea el ser humano más débil, un niño, es a Jesús y a Dios a quien "recibe", "acoge", "escucha" o "rechaza" (Mt X, 40; Mc IX, 37; Mt XVIII, 5; Lc X, 16; IX, 48; Jn XIII, 20). Más aún, en el juicio definitivo que Cristo el Señor hará de todas las naciones de la tierra, el criterio determinante de ese juicio será lo que cada cual hizo o dejó de hacer con cualquier ser humano (Mt XXV, 31-45). Porque la dignidad de todo ser humano es tanta que se identifica con la dignidad misma de Dios.
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El Maestro Eckhart supo extraer, de las enseñanzas de Jesús, lo más profundo que seguramente hay en tales enseñanzas: a Dios lo encontramos "en el otro". Lo encontramos o lo despreciamos en "los otros". El peligro y el horror de las religiones consiste en que podemos llegar a "divinizar" nuestros sentimientos más turbios y nuestros resentimientos más bajos. Cuando, en nombre de la defensa de la fe en Dios, privamos a alguien de su dignidad, de su libertad o de sus derechos, incurrimos en una auténtica idolatría blasfema. Hasta el extremo de que, por defender a "dios", despreciamos y ofendemos al verdadero Dios, el Dios que está en cada ser humano. El problema está en que, para vivir esto, no basta tenerlo en la cabeza. Lo absolutamente necesario es lo que el mismo Eckhard denominaba "el despojo de todo interés, de todo deseo de toda posesión, de todo apego", que nos aleje del otro o nos enfrente al otro, sea quien sea. En este caso, la "espiritualidad" se convierte en "identidad" del espíritu humano con la divinidad. Así, y sólo así, superamos la religión y la metafísica, la división de lo divino y lo humano, lo sagrado y lo profano, y centramos nuestra vida en la honradez, el respeto, la bondad sin límites y la sinceridad sin fronteras.
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martes, 19 de octubre de 2010

LOS CRISTIANOS Y LO IRRACIONAL

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Hace sesenta años, el profesor E. R. Dodds, de la Universidad de Oxford, pronunció una serie de conferencias, en la Universidad de California, que poco después se publicaron en un volumen titulado Los griegos y lo irracional. En este libro, Dodds analiza, con todo rigor documental, algunos de los problemas que han marcado de forma decisiva la cultura de Occidente: el tránsito de la cultura de la vergüenza a la de la culpabilidad, las bendiciones de la locura, los chamanes y los orígenes del puritanismo, etc. Con razón, este libro ha recorrido Europa y América, se sigue editando con éxito y explica no pocas claves de lo que ahora estamos viviendo. Mi idea es que si, en 1950, se podía hablar de "los griegos y los irracional", en este momento tenemos sobrados argumentos para hablar de "los cristianos y lo irracional".
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¿A qué viene esto? Viene a cuento de lo que ha ocurrido recientemente en Valencia. La Generalitat Valenciana pagó, en 2008, dos grandes proyectos de cooperación por, valor de 833.409 euros cada uno, para llevar agua potable a 30 familias y para mejorar los cultivos de otras 40. Todo esto lo iba a gestionar la Fundación Cyes. El dinero se entregó. Pero el hecho es que, a los pobres de Nicaragua, de los 1. 6 millones de euros, les llegaron solamente 63.500. O sea, en Valencia se quedó bastante más de un de millón de euros que, según dicen los medios, se dedicaron a comprar pisos, garajes y a otros gastos que nadie sabe exactamdente a dónde fueron a parar. Esto, por una parte. Pero el caso es que, pocos días antes de enterarnos de esta "manga ancha" en asuntos de dinero, se había tenido noticia de la singular "manga estrecha" en asuntos de sexo, promovida en el seno de la misma Generalitat Valenciana. Esta institución, que tanto ha dado que hablar en asuntos de corrupción fiscal y financiera, ha retirado de los planes de estudio, que ofrecen los Centros Públicos, el temario de Educación Sexual, que había sido elaborado por el Colegio Valenciano de Sexólogos, y ese temario será ahora corregido por el Arzobispado de Valencia.
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Estos son los hechos. Y tengo la fundada sospecha de que hechos como los que acabo de apuntar, no ocurren sólo en Valencia. No es extraño que la "manga ancha" y la "manga estrecha", que por lo visto está de moda no sólo en levante. También parece que lo está en el centro, en el norte, en el sur y en poniente. O sea, por todas partes. Es verdad que en unos sitios se habla más que en otros de este turbio asunto. Pero, en todo caso, el que tenga las manos limpias, que tire la primera piedra.
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Pues bien, así las cosas, lo primero que se le ocurre a cualquier persona honrada es que la codicia y la corrupción han impregnado de tal manera el tejido social de este país, que, si para seguir acumulando es necesario robar a los pobres, se les roba y en paz. Eso sí, con tal que, en asuntos de sexo, nos atengamos al rigor de los rancios catecismos de toda la vida. La cultura de la culpabilidad le sigue ganando a la cultura de la vergüenza. Y, sobre todo, una vez más hay que decir que "la pureza, más bien que la justicia, sigue siendo el medio cardinal de la salvación".
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Sin saberlo y sin darnos cuenta de lo que realmente nos pasa, somos más dóciles discípulos de Pitágoras y Empédocles que de Jesucristo. Los antiguos chamanes de Grecia y los más piadosos católicos de ahora condenan con más energía los excesos sexuales que los abusos fiscales y financieros. En contraste con semejante postura, sabemos que Jesús, en la parábola del rico epulón, llegó a decir que quien se hace a la buena vida de las muchas ganancias, no tiene arreglo aunque se levanten los muertos de sus tumbas y vengan a decirnos que andamos extraviados por los caminos de este mundo. El autor del libro del Eclesiástico es tremendo al hablar de este asunto: "El pan de la limosna es vida del pobre, el que se lo niega es homicida; mata a su prójimo quien le quita el sustento, quien no paga el justo salario derrama sangre" (Eclo XXXIV, 21-22).
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No estoy sacando las cosas de quicio. Es cuestión de sensibilidad ante la humillación y el sufrimiento de las víctimas de este sistema y de esta sociedad. Hace unos años, cuando el huracán Mitch destrozó buena parte de Centroamérica, yo andaba por allí. Y enmedio del fango de aquella inmensa desgracia, hubo gente que se quedó con cantidades asombrosas del dinero que se envió desde Europa para quienes se quedaron si casa y sin nada. Ante tales desvergüenzas, a uno se le revuelven las entrañas. En aquella ocasión, el cardenal Rodríguez Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, dijo esto: "Los que roban a los pobres, no tendrán perdón ni en esta vida ni en la otra". Y que luego, esa canalla de ladrones no nos vengan aduciendo que ellos nunca estuvieron de acuerdo con los que se salen del armario o se atreven a usar el preservativo. Los grandes principios de nuestra cultura son tozudos. Como bien dijo el profesor Dodds, "el mito de los Titanes explicaba claramente al puritano griego por qué él se sentía a la vez un dios y un criminal". Y está visto que aquel viejo mito sigue teniendo actualidad. No es, pues, ningún disparate hablar, en este momento, de "los cristianos y lo irracional".
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miércoles, 13 de octubre de 2010

EL PAPA COMO SIMBOLO

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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He leído con atención los comentarios que se han hecho a lo que escribí sobre los viajes del Papa. Ante todo, quiero agradecer sinceramente, a quienes han expresado sus puntos de vista sobre este asunto, las aportaciones que han hecho para que todos sepamos situarnos lo mejor posible ante lo que implican los viajes papales, que siempre tienen una importante repercusión mediática. Comprendo las críticas que han hecho algunos comentarios. Es más, no sólo las comprendo, sino que además quiero destacar que las agradezco especialmente. Porque me hacen caer en la cuenta de puntos de vista que, sin duda yo no he sabido expresar debidamente. Si este blog quiere presentar una teología "sin censura", el peor enemigo de este blog sería quien pretendiera asumir competencias de censor. Con tal que las propias ideas se expongan con el debido respeto, para quienes piensan de manera diferente, nunca deberíamos perder la compostura. Aceptar a los demás, tal como son y como piensan, es lo mejor que podemos hacer cuando entramos en este blog.
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Pero esto no se debe entender como dejación de las propias convicciones. No es posible estar de acuerdo con todo el mundo. Porque no se puede aceptar, a la vez, una idea y su contraria. El respeto al otro no impide el disenso. Todo lo contrario, puesto que nadie posee la verdad plena y el conocimiento total, las diversas aportaciones, aun cuando sea opuestas, nos enriquecen a todos. Por eso, a la vista de las diversas reacciones, me parece que puede se de utilidad presentar un aspecto nuevo, que llevan consigo los viajes del Papa, y que hasta ahora no se ha mencionado.
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El Papa, precisamente por lo que representa ese cargo, tiene un enorme poder simbólico ante la opinión pública mundial. Y esto reviste una importancia extrema. Porque, en la vida, aprendemos más por lo que percibimos mediante símbolos que lo que nos llega mediante ideas o conceptos. Lo más decisivo, para nuestro bien o para nuestro mal, para nuestra felicidad o para nuestra desgracia, no llega a nosotros mediante teorías, sino mediante símbolos. Baste tener en cuenta que un símbolo -dicho de la manera más sencilla posible- es la expresión de una experiencia. No es, por tanto, la mera transmisión de una idea, de un concepto, de un programa, etcétera. Insisto, hablar de símbolos es hablar de experiencias. Ahora bien, lo más determinante en nuestras vidas, no son las ideas, sino las experiencias. Por ejemplo, el amor o el odio, el sentimiento de respeto o el dolor de la humillación y el desprecio, la estima de los demás o la indiferencia que otros nos muestran, todo eso nos marca de forma decisiva. Es más, un niño recién nacido no percibe ideas. Sólo puede percibir experiencias: se siente solo o se siente querido por su madre. Y eso le produce paz y alegría o le causa desamparo y llanto. Por todo esto, en la comunicación humana, la mirada es más importante que el ojo. Y la expresión del rostro es más decisiva que lo que dicen las palabras.
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Jesús nació como nació, vivió como vivió y murió como murió, entre otras razones, porque el conjunto de su vida y su historia es, sobre todo, un gran símbolo para todo ser humano. Es el símbolo de lo más entrañablemente humano. Dios se humanizó en Jesús. Y eso es lo que nos lleva a Dios. Hombres importantes, revestidos de poder y dignidad ha habido, y sigue habiendo, muchos (quizá demasiados) en este mundo. Es posible que los notables, los grandes, los poderosos, nos humanicen. Pero, si nos humanizan, no es por su ostentación y su presencia impresionante. Por eso, entre otras razones, me parece tan decisivo que el Papa -que nos debe recordar siempre a Jesús- vaya siempre por el mundo de la manera más parecida posible a como iba Jesús por los caminos de Galilea. Por supuesto, no soy tan ingenuo como para pedir que el Papa viaje a pie o montado en una mula. Yo no pido nada más que, en cuanto le sea posible, el Papa viaje y se presente en todas partes como un hombre modesto, sencillo, cercano, accesible a todo el mundo. Ya lo han dicho algunos en sus comentarios: tal como se organizan los viajes pontificios, el Papa no puede oír a la gente, sobre todo oír a los que más sufren, ver cómo viven, dónde viven, qué necesitan, qué esperan de la Iglesia... El Papa, cualquier Papa, tiene que enseñar mucho en el mundo. Pero también tiene que aprender mucho de las gentes que viven, sufren y buscan a Dios en este mundo. Por lo demás, y como tantas veces hemos dicho, en la vida no basta ser bueno. Además de eso, hay que parecerlo. Tal como viaja el Papa, a mí se me antoja que le parece más a un gran magnate que a un humilde seguidor de Jesús. Yo no pido otra cosa. Ni más ni menos que lo que acabo de decir. Por eso, aparte de otros motivos, me da pena la noticia que me acaba de comunicar un periodista: Benedicto XVI ha decidido cambiar su escudo: de él ha quitado la mitra episcopal y ha colocado la tiara medieval, la triple corona que usaron los Papas hasta Pablo VI. Una de las coronas de la tiara era la corona de rey. No discuto la historia o las ideas que haya detrás de esta decisión del actual Papa. Lo que me da pena es lo que mucha gente va a pensar y cómo va a reaccionar. Más que nada, por lo que este gesto simboliza, que noes tanto "regresión" a lo pasado, sino "poder" ante lo presente. Quisiera que el periodista no me haya dicho la verdad. Pero, si es cierto que el Papa ha retomado la triple corona, lo siento de verdad, por lo mucho que me importa la Iglesia y su ejemplaridad evangélica.
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domingo, 10 de octubre de 2010

CURACION (Lc XVII, 11-19)

por José Antonio Pagola
(Licenciado en Teología - Sacerdote)
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Nos falta conocer qué es eso de “dar gloria a Dios”… agradecimiento infinito…
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El episodio es conocido. Jesús cura a diez leprosos enviándolos a los sacerdotes para que les autoricen a volver sanos a sus familias. El relato podía haber terminado aquí. Al evangelista, sin embargo, le interesa destacar la reacción de uno de ellos.
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Una vez curados, los leprosos desaparecen de escena. Nada sabemos de ellos. Parece como si nada se hubiera producido en sus vidas. Sin embargo, uno de ellos “ve que está curado” y comprende que algo grande se le ha regalado: Dios está en el origen de aquella curación. Entusiasmado, vuelve “alabando a Dios a grandes gritos” y “dando gracias a Jesús”.
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Por lo general, los comentaristas interpretan su reacción en clave de agradecimiento: los nueve son unos desagradecidos; sólo el que ha vuelto sabe agradecer. Ciertamente es lo que parece sugerir el relato. Sin embargo, Jesús no habla de agradecimiento. Dice que el samaritano ha vuelto “para dar gloria a Dios”. Y dar gloria a Dios es mucho más que decir gracias.
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Dentro de la pequeña historia de cada persona, probada por enfermedades, dolencias y aflicciones, la curación es una experiencia privilegiada para dar gloria a Dios como Salvador de nuestro ser. Así dice una célebre fórmula de san Ireneo de Lion: “Lo que a Dios le da gloria es un hombre lleno de vida”. Ese cuerpo curado del leproso es un cuerpo que canta la gloria de Dios.
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Creemos saberlo todo sobre el funcionamiento de nuestro organismo, pero la curación de una grave enfermedad no deja de sorprendernos. Siempre es un “misterio” experimentar en nosotros cómo se recupera la vida, cómo se reafirman nuestras fuerzas y cómo crece nuestra confianza y nuestra libertad.
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Pocas experiencias podremos vivir tan radicales y básicas como la sanación, para experimentar la victoria frente al mal y el triunfo de la vida sobre la amenaza de la muerte. Por eso, al curarnos, se nos ofrece la posibilidad de acoger de forma renovada a Dios que viene a nosotros como fundamento de nuestro ser y fuente de vida nueva.
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La medicina moderna permite hoy a muchas personas vivir el proceso de curación con más frecuencia que en tiempos pasados. Hemos de agradecer a quienes nos curan, pero la sanación puede ser, además, ocasión y estímulo para iniciar una nueva relación con Dios. Podemos pasar de la indiferencia a la fe, del rechazo a la acogida, de la duda a la confianza, del temor al amor.
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Esta acogida sana de Dios nos puede curar de miedos, vacíos y heridas que nos hacen daño. Nos puede enraizar en la vida de manera más saludable y liberada. Nos puede sanar integralmente.
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jueves, 7 de octubre de 2010

LOS VIAJES DEL PAPA

por José María Castillo
(Doctor en Teologia y ex Sacerdote Jesuita)
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A partir del pontificado de Pablo VI, en el década de los 60, la Iglesia Católica ha sumado una nueva forma de presencia en el mundo: la presencia visible y clamorosa que representan los viajes de los papas por todo el planeta tierra. Los nuevos medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la comunicación han hecho posible lo que, hasta el pontificado de Juan XXIII, era impensable. Es de alabar que la más alta cúpula de la Iglesia haya sabido adaptarse a las nuevas circunstancias y aprovechar sus enormes posibilidades. Desde este punto de vista, puede decirse que la Iglesia se ha puesto al día. Cosa que lógicamente nos alegra.
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Pero todo esto no son sino medios que se asumen para obtener un fin. Y ese fin no debería ser otro que el que Jesús asignó a sus apóstoles: "Id por todo el mundo anunciando el Evangelio a toda la humanidad" (Mc xvi, 15). Esto supuesto, resulta inevitable la pregunta: Los viajes del Papa, tal como se vienen realizando, ¿son un medio adecuando para anunciar el Evangelio?
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Nadie duda que los viajes del Papa tienen un efecto mediático importante. No sólo por la cantidad de gente que concentra un acto público del Pontífice, sino además porque cualquier viaje papal es noticia que da la vuelta al mundo, con todo el potencial que tienen las cadenas de televisión para que la presencia y el mensaje, de uno de los más grandes líderes religiosos, llegue hasta los últimos rincones de la tierra. Y esto, en tiempos de laicismo y crisis religiosa, es de enorme importancia.
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Pero, con lo dicho, no está dicho todo lo que hay que decir sobre este asunto. Porque la misión del Papa, siendo fiel al mandato de Jesús, tiene que ir por el mundo "anunciando el Evangelio". Y aquí es donde yo veo el problema. Porque los viajes del Papa se preparan y se realizan de tal manera, que no hay líder mundial (por muy poderoso que sea) que se presente (vaya donde vaya) con la pompa y solemnidad con que lo hace el sucesor de Pedro, o sea el sucesor de aquel modesto pescador de Galilea. Los viajes del Papa se organizan de forma que:
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1) necesitan sumas de dinero que nadie sabe exactamente ni cuántos millones de dólares cuesta cada viaje, ni de dónde se sacan esas sumas asombrosas de capital;
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2) todo el montaje de pompa, solemnidad y medidas de seguridad superan lo que el propio Jesús pudo imaginar.
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Así las cosas, yo me pregunto: en estas condiciones, ¿es posible hacer lo que el papa tiene que hacer, que no es sino anunciar el Evangelio? Cuando Jesús mandó a sus apóstoles a predicar el Evangelio, les prohibió severamente llevar "oro, plata, calderilla, alforja, dos túnicas, sandalias o bastón" (Mt x, 9-10). Jesús vio claramente que para predicar lo que él quería que se le predicara a la gente, no sólo no hacía falta dinero y boato, sino que el dinero y todo lo que acompaña a los notables de este mundo, es un estorbo. Y si los Apóstoles no podían llevar nada de eso, ¿por qué el sucesor de los apóstoles hace exactamente lo contrario de lo que mando Jesús?
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Y que nadie me diga que el Papa, además de sucesor de Pedro, es jefe de Estado, porque de eso justamente es de lo que me quejo. Entre otras cosas, un jefe de Estado, ante otro jefe de Estado, si se atiene a lo que manda el protocolo y a lo que imponen las normas de la diplomacia, no puede decir lo que Jesús decía ante las multitudes que le oían y ante los poderosos que le tenían miedo. En una situación así, no hay más remedio que guardarse el Evangelio, para limitarse a decir generalidades que sólo convencen a los ya convencidos. Por eso es por lo que escribo estas cosas. Para protestar por el abuso de poder que representan los viajes del Papa. No es de fe que el Papa tenga que vivir como vive, ni que tenga que viajar como viaja. Mi fe en Jesucristo me dice lo contrario. ¿O es que creemos más en el Papa de ahora que en el Jesús del Evangelio? Con todo lo positivo que tengan los viajes del Papa, yo me atengo a los hechos: ningún Papa, en la larga historia del papado, ha viajado tanto como Juan Pablo II. Ningún otro Papa ha concentrado tantas multitudes, ni ha tenido tanta fama, ni se ha hecho oír en todo el mundo, como el Papa Wojtyla consiguió hacer todo eso. Y sin embargo, ningún otro Papa, al irse de este mundo, ha dejado a la Iglesia sumida en una crisis tan profunda como la crisis que padece la Iglesia que nos dejó Juan Pablo II: ateísmo, laicismo, relativismo, escándalos dentro de la misma Iglesia, seminarios y noviciados vacíos, más de la mitad de las parroquias del mundo sin párroco, iglesias casi desiertas, desprestigio del clero, desesperanza de los laicos, creciente carencia de buenos teólogos... Todo esto se quiere maquillar y quitarle importancia echando mano de las grandes concentraciones papales. Pero no aceptamos que eso se suele quedar en una especie de espejismo que dura unas horas, unos días, y luego todo sigue igual; o peor, de año en año.
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Sinceramente, no sé si estamos ciegos. O a lo mejor lo que ocurre es que el ciego soy yo.
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lunes, 4 de octubre de 2010

LA FE: ¿IDEOLOGIA, DECISION O CONVICCION?

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Como es sabido, después de casi quinientos años de controversias y enfrentamientos, se ha llegado a un acuerdo entre católicos y protestantes en lo que se refiere a la justificación por la fe. Hoy estamos de acuerdo en que una fe, que no se traduce en un comportamiento coherente con esa fe, no es verdadera fe. Una fe sin obras, sería una fe muerta. El problema está en saber qué clase de conducta es que debe ser la correcta manifestación de que una persona tiene fe. La fe que corresponde a un cristiano.
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No es posible analizar aquí este asunto en toda su hondura. Me limito a indicar tres posibilidades: la fe como "ideología", la fe como "decisión", la fe como "convicción".
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1) La "ideología" evoca espontáneamente un sistema de ideas que sirve para explicar o para justificar la situación y los objetivos de un grupo. Por eso hablamos de ideologías de izquierdas o de derechas, de ideologías progresistas o conservadoras, etc.
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2) La "decisión" es un acto de la voluntad, que, por más sincero y firme que sea, siempre está expuesto a la labilidad y la inconstancia que nos caracterizan a los mortales. Por eso hay tanta gente que hace buenos propósitos, toma firmes decisiones, pero luego no cumple lo que ha decidido.
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3) La "convicción" se define por el hecho de que orientamos nuestro comportamiento conforme a ella. Quien mejor ha explicado este asunto ha sido Ch. S. Peirce: "La convicción consiste principalmente en el hecho de que está uno dispuesto reflexivamente a dejarse guiar en su actividad por la fórmula de la que está convencido". O también: "La esencia de la convicción consiste en el establecimiento de una forma de comportamiento". De ahí que "las convicciones verdaderas definen los hábitos de comportamiento que el sujeto tiene bajo control". En otras palabras: el que está convencido de una cosa, la hace. Y si no la hace, es que no tiene esa convicción.
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De lo dicho, se sigue esto:
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1) Las "ideologías" son inevitables, incluso necesarias, pero enteramente insuficientes. Hay gentes con ideología de izquierdas, que viven como los burgueses de derechas. Como hay personas y grupos con una ideología evangélica, pero les gusta el dinero, subir y trepar en la vida, estar como el perejil en todas las sopas, o sea viven de espaldas al Evangelio.
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2) Las "decisiones" son importantes, pero son sólo el punto de partida. Hay gente que decide todos los días quitarse del tabaco, pero no se quita. Con la sola decisión, no vamos a ninguna parte.
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3) Las "convicciones" son constitutivas de la fe. Porque una persona que está convencida de que el Evangelio expresa la voluntad de Dios, hace lo que dice el Evangelio. Y si no lo hace, es que no cree en el Evangelio.
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Las ideologías nos engañan. Y el exceso de ideología, trastorna al que lleva esa sobrecarga de ideas, que no se corresponden con los hábitos de vida que expresan lo que es importante de verdad para una persona o para un grupo. Las convicciones no engañan, sino que revelan en qué cosas cree de verdad cada uno. Hay gente que, por defender su ideología, se pelea con los que piensan de otra manera. Es evidente que quien tiene una ideología así, no puede creer en Jesús, que se hizo amigo de publicanos, pecadores, prostitutas, pordioseros y samaritanos.
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No entiendo cómo, desde una cátedra dorada y solemne, se puede alabar la humildad y la pobreza de Jesús. No entiendo cómo, desde la izquierda política, se desprecia a la gente de derechas. Ni entiendo cómo, desde los ideales de la ortodoxia católica, se insulta a las personas que tienen otras ideas. Todo eso está feo. Pero hay algo peor: ir por la vida como hipócritas y embusteros, invocando para eso (porque es eso lo que se hace) el nombre del Señor. Sus razones debió tener Jesús para decirnos que, cuando recemos, lo primero que hay que pedir es: "santificado sea tu nombre". ¡Por favor! no echemos nunca mano del nombre santo de Dios (o de la Iglesia o del Papa...) para faltarle al respeto a quien sea.
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domingo, 3 de octubre de 2010

AUMENTANOS LA FE (Lc XVII, 5-10)

por José Antonio Pagola
(Licenciado en Teología - Sacerdote)
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Si tuviéramos fe…
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De manera abrupta, los discípulos le hacen a Jesús una petición vital: “Auméntanos la fe". En otra ocasión le habían pedido: “Enséñanos a orar". A medida que Jesús les descubre el proyecto de Dios y la tarea que les quiere encomendar, los discípulos sienten que no les basta la fe que viven desde niños para responder a su llamada. Necesitan una fe más robusta y vigorosa.
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Han pasado más de veinte siglos. A lo largo de la historia, los seguidores de Jesús han vivido años de fidelidad al Evangelio y horas oscuras de deslealtad. Tiempos de fe recia y también de crisis e incertidumbre. ¿No necesitamos pedir de nuevo al Señor que aumente nuestra fe?
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Señor, auméntanos la fe. Enséñanos que la fe no consiste en creer algo sino en creer en ti, Hijo encarnado de Dios, para abrirnos a tu Espíritu, dejarnos alcanzar por tu Palabra, aprender a vivir con tu estilo de vida y seguir de cerca tus pasos. Sólo tú eres quien “inicia y consuma nuestra fe”.
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Auméntanos la fe. Danos una fe centrada en lo esencial, purificada de adherencias y añadidos postizos, que nos alejan del núcleo de tu Evangelio. Enséñanos a vivir en estos tiempos una fe, no fundada en apoyos externos, sino en tu presencia viva en nuestros corazones y en nuestras comunidades creyentes.
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Auméntanos la fe. Haznos vivir una relación más vital contigo, sabiendo que tú, nuestro Maestro y Señor, eres lo primero, lo mejor, lo más valioso y atractivo que tenemos en la Iglesia. Danos una fe contagiosa que nos oriente hacia una fase nueva de cristianismo, más fiel a tu Espíritu y tu trayectoria.
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Auméntanos la fe. Haznos vivir identificados con tu proyecto del reino de Dios, colaborando con realismo y convicción en hacer la vida más humana, como quiere el Padre. Ayúdanos a vivir humildemente nuestra fe con pasión por Dios y compasión por el ser humano.
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Auméntanos la fe. Enséñanos a vivir convirtiéndonos a una vida más evangélica, sin resignarnos a un cristianismo rebajado donde la sal se va volviendo sosa y donde la Iglesia va perdiendo extrañamente su cualidad de fermento. Despierta entre nosotros la fe de los testigos y los profetas.
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Auméntanos la fe. No nos dejes caer en un cristianismo sin cruz. Enséñanos a descubrir que la fe no consiste en creer en el Dios que nos conviene sino en aquel que fortalece nuestra responsabilidad y desarrolla nuestra capacidad de amar. Enséñanos a seguirte tomando nuestra cruz cada día.
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Auméntanos la fe. Que te experimentemos resucitado en medio de nosotros renovando nuestras vidas y alentando nuestras comunidades.
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viernes, 1 de octubre de 2010

DE NUEVO, ¡ATRÉVETE A PENSAR!

por josé María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Cada día veo con más claridad que una de las cosas más difíciles y más arriesgadas, que hay en la vida, es la libertad de pensar. Pensar sin miedo, teniendo el coraje de soltar las amarras y las seguridades que nos proporcionan las "autoridades doctrinales", con sus "verdades incuestionables", sus "dogmas", sus "obediencias" y sus "absolutos", por muy absolutos que nos digan que son. Que nadie se asuste al leer estas cosas. No es mi intención fundar la asociación de "relativistas sin fronteras". Lo que quiero dejar claro aquí es que la condición indispensable para que haya progreso, en todas las ciencias, en los saberes más diversos, incluidos los saberes religiosos, para dejar de ser meros repetidores de lo que otros dijeron en el pasado, la conditio sine que non es superar el miedo a pensar lo que quizás nadie antes se atrevió a pensar. El día que Copérnico tuvo la audacia de pensar que, a lo mejor, no era el sol el que daba vueltas alrededor de la tierra, sino que la cosa era al revés, ese día empezó a ser viable que, unos años más tarde, Galileo planteara ese mismo asunto, no ya como una mera hipótesis, sino como la tesis que revolucionó la ciencia (y sus seguridades) para siempre.
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Desde que, en 1962, Thomas S. Kuhn publicó La estructura de las revoluciones científicas, quedó claro que la ciencia no avanza por mera acumulación de datos y de información. La ciencia avanza cuando un "paradigma", que hasta un momento dado se ha considerado válido, deja de serlo. A partir de ese momento, un nuevo "paradigma" sustituye al anterior. Pero, es claro, para que esto ocurra es enteramente necesario que haya personas que se atreven a poner en cuestión lo que, quizá durante siglos se ha dado como seguro, y tengan la audacia de pensar que las cosas pueden ser de otra manera. Kuhn afirma que, en el campo de la ciencia, esto ha ocurrido durante siglos. Porque "la ciencia normal suprime frecuentemente innovaciones fundamentales, debido a que resultan necesariamente subversivas para sus compromisos básicos".
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Pues bien, si esto ha sido así quizás toda la vida, ahora nos encontramos en una situación nueva que, a mi manera de ver, puede resultar tan prometedora como destructiva. La nueva revolución científica y tecnológica, que entraña la informática, representa un avance que pocos podían imaginar. Y sin embargo, eso también es un peligro. Internet nos proporciona arsenales de datos y de información que nadie puede abarcar. Pero tan cierto como eso es que Internet dispensa a mucha gente de pensar. Es más fácil "cortar" y "pegar". O sea, resulta más sencillo y más cómodo hacer propio y repetir lo que otros han pensado. Por eso, entre otras cosas, el mundo entero se va cubriendo más y más con ese inmenso manto oscuro al que ahora llaman el "pensamiento único".
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Todos nos creemos ingenuamente libres, cuando en realidad es ahora cuando estamos más controlados que nunca.
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Herbert Marcuse lo dijo ya en los años sesenta del siglo pasado: "El totalitarismo no es solamente una uniformidad política terrorista, es también una uniformidad económico-técnica no terrorista que funciona manipulando las necesidades en nombre de un falso interés general". Nos han metido en la cabeza que, en economía, no hay otra salida que restablecer y mejorar (o sea hacer más fuerte) el "sistema capitalista" (y la economía de mercado) que está destruyendo el planeta y causando millones de muertos cada año. Nos han convencido de que, en política, el Estado de derecho se edifica sobre la "democracia representativa", que de hecho consiste en que cada cuatro años depositamos nuestra libertad de decidir en manos de los intereses de un partido político al que defendemos con uñas y dientes incluso cuando nos roba descaradamente. Y para rematar la faena, nos han dicho, por activa y por pasiva, que quienes van diciendo por ahí que "otro mundo es posible" son gente peligrosa y utópica, que, más tarde o más temprano, terminan siendo los "anti-sistema", los "violentos", a los que hay que mirar con recelo o con desprecio.
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Y mientras tanto, la religión con la cabeza mirando hacia atrás. Insistiendo, ante sus fieles, en que lo más necesario, en estos tiempos de pecado y secularismo, esta religión que se queda más sola cada día, no tiene otra ocurrencia que someter el pensamiento a los "guardianes de la tradición". Porque sólo ellos tienen acceso al "significado exacto" de los textos, que nos dan, ya pensado, lo que tenemos que pensar. Es la forma más estúpida y más eficaz de anular a las personas, ofreciéndoles una autocomplacencia y una falsa seguridad, que tranquiliza a los ingenuos y los incautos, a cambio de hipotecar el propio pensamiento. Y todo esto, en nombre de un Dios, que, para mantener intacta su excelsa dignidad, necesita fieles sumisos que renuncien a pensar. Como es lógico, una religión así, se autocondena a la propia destrucción. T. S. Kuhn, refiriéndose al progreso de la ciencia, dice que "el descubrimiento (de nuevas verdades científicas) comienza con la percepción de la anomalía; o sea, con el reconocimiento de que en cierto modo se han violado las expectativas". Esto es exactamente lo que está ocurriendo ahora con lo de Dios y lo de la religión. Cuando la gente percibe en ella más anomalías y cuando son ya demasiados los que se sienten defraudados o, lo que es peor, enteramente desinteresados, a los hombres de la religión no se les ocurre otra cosa que seguir mirando atrás, empeñados en reconstruir un pasado que ya fracasó. ¿Es que antes, y sólo antes, se sabía con precisión quién es Dios y lo que le gusta a Dios? ¡Por favor! A ver cuándo nos atrevemos a pensar.
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CRISTIANOS POR LIBRE

por José Maria Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Cada día abundan más los cristianos que, al no estar de acuerdo en muchas cosas con el Papa, con la mayoría de los obispos y de muchos curas, no tienen más remedio que vivir como "cristianos por libre". Son, por lo general, personas que admiran a Jesús y ven en el Evangelio un proyecto que puede dar sentido a sus vidas. Pero ven, al mismo tiempo, que la Iglesia "oficial" anda lejos del Evangelio. Además, son muchos los clérigos que se han pegado demasiado a la derecha política, en sus ideas, en sus preocupaciones y en sus preferencias. Por eso hay personas de buena voluntad que se preguntan: ¿es que para ser cristiano hay que ser de derechas? ¿es que para creer en Jesús hay que hacer cosas (apetencias de cargos, dignidades, dinero, poder...) que prohibió Jesús? El problema está en que los "cristianos por libre" suelen verse como "cristianos desamparados". La fe religiosa no se vive en solitario. La fe en Jesús es un hecho comunitario, social, compartido. ¿Hata cuándo tantos creyentes podrán que vivir sus creencias en la soledad, la oscuridad y la duda? Esto es preocupante.
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EL MODELO DE SACERDOTE QUE QUIERE EL PAPA

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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El mismo Papa que rechaza a los sacerdotes casados católicos, acepta a los sacerdotes casados anglicanos. ¿Por qué no se les tolera a los católicos, lo que se les permite a los anglicanos que se pasan al catolicismo? La respuesta es clara y bien sabida: los anglicanos que acepta el Vaticano son los que no están de acuerdo ni con el matrimonio de los homosexuales ni con el sacerdocio de las mujeres. Dicho claramente: el modelo de sacerdote que quiere el Papa es el sacerdote integrista, fundamentalista, intolerante. El Papa no lo dice así. Pero la decisión que acaba de tomar Benedicto XVI, en relación a los curas anglicanos, ha dejado muy claro que lo que al Papa le interesa de verdad es un clero que no tolera la igualdad de derechos de los homosexuales y de las mujeres. En eso está el nudo del asunto, por más que el Vaticano y sus letrados busquen y rebusquen otras razones para maquillar una decisión (una más) que pone en evidencia el camino regresivo que ha emprendido nuestra Iglesia. Un camino que con este papa se recorre ya a tumba abierta y pisando el pie en el acelerador. Con lo que nos alejamos cada día más del Evangelio. Jesús no habló jamás ni de homosexuales, ni de curas casados o solteros.
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