lunes, 14 de febrero de 2011

LA "PELIGROSA" SEGURIDAD DE LA FE RELIGIOSA

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Ante todo, pido disculpas por mi silencio en el blog en los últimos días. La apremiante urgencia de un trabajo, que tenía que entregar para un congreso, no me ha dejado tiempo para colaborar como es mi deseo. Además, no estoy seguro de que podré escribir un nuevo post la semana próxima, que viajaré a Mexico DF. Esté donde esté, intentaré seguir los comentarios, en la medida de lo posible.
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Como es lógico, no puedo responder a las numerosas cuestiones que han planteado los visitantes de los últimos días. Por supuesto, agradezco las aportaciones de todos. Porque de todos aprendo. Y todos, aunque no estemos de acuerdo unos con otros, nos hacemos bien y nos ayudamos mutuamente. Ver así las cosas -pienso yo- es una de las actitudes más enriquecedoras que hay en la vida. Enriquecedoras, para nuestra humanidad y nuestra espiritualidad.
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Digo esto porque cada día veo más claro la enorme importancia que tiene la tesis, que tan vigorosamente defendió el Concilio Vaticano I (año 1870), sobre la "libertad de la fe", contra las teorías de Georg Hermes. El Concilio afirma que, mediante el acto de fe, "el hombre presta obediencia libre a Dios, ya que asiente y colabora con su gracia, a la que podría resistir" (DH 3010). La fe cristiana es, por tanto, un acto libre. De forma que, de no serlo, dejaría de ser un acto religioso. La fe no puede ser nunca el resultado de una evidencia que se nos impone, sino que es una convicción que se acepta y se asume libremente. Además, si todo esto se piensa detenidamente, pronto se da uno cuenta de que la fe en Dios no puede ser de otra manera, ni puede tener otra estructura. Porque, si hablamos de Dios, estamos hablando, desde nuestra "inmanencia", de algo que se sitúa en el ámbito de la "trascendencia". Pero la "trascendencia", por definición, es aquello que nos trasciende, es decir, que está más allá del límite último al que nosotros (desde nuestra inmanencia) podemos llegar con nuestro conocimiento. Por tanto, nosotros no podemos conocer a Dios en sí. Sólo podemos conocer de Dios las "representaciones" que de él nos hacen las religiones. Desde la "inmanencia", todo lo que sabemos, pensamos o decimos es necesariamente e inevitablemente "inmanente". También la Biblia y todos los libros sagrados pertenecen al ámbito de la "inmanencia". Resignémonos a que es así. Y siempre tiene que ser así. Dejemos, pues, a Dios ser Dios. Y no hagamos de él un "objeto" mental que nos da seguridad o que nos libra de no sé qué sentimientos de miedo o de culpa.
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Hay gente que habla de Dios como si hubiera estado desayunando con él esta mañana. No, por favor. Aceptemos que Dios es Dios, o sea que no es un "otro" al que nosotros le hemos puesto todas las cualidades que nosotros apetecemos (poder, saber, bondad...). No. Eso no es Dios.
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Por lo demás, no es lo mismo certeza que seguridad. Yo tengo certeza en mis convicciones más firmes. Pero, sobre esas convicciones, no puedo tener la certeza que me da una ecuación matemática pura. Yo estoy convencido de que mi madre me quiso mucho. Pero sobre esa convicción no tengo la seguridad que tengo cuando digo que dos y dos son cuatro.
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Es lamentable que muchas personas, por ignorancia de los principios más básicos de la hermenéutica, se aferren a una seguridad que les hace daño a ellos. Y desde la que pueden hacer daño a otros. Todo acceso a la realidad es, por eso mismo, una interpretación de la realidad. Y mucho más cuando hablamos de una realidad que nos trasciende. Nunca insistiremos bastante en la relación inevitable que existe entre "conocimiento" e "interés", como ya explicó con enorme profundidad J. Habermas, hace más de cuarenta años. Los "intereses rectores de conocimiento" funcionan en todos nosotros sin que nosotros seamos conscientes de ello. El que piensa que él ve la realidad "tal cual es" y que, por tanto, las cosas son "como él las ve", lo que en realidad está pensando es que todo el que no ve las cosas como él las ve, está equivocado. Una persona que piensa así y se aferra a semejante seguridad, aunque no se dé cuanta de lo que le pasa, es una persona que se ve superior a los demás. Y que, por tanto, piensa que los demás tienen que aprender de él, en tanto que él está llamado a enseñar. Y no tiene por qué modificar sus criterios, sus puntos de vista, sus propias seguridades. De una postura así, al fundamentalismo o incluso al fanatismo, hay sólo un paso. Por esto exactamente, creo yo, son tan peligrosas ciertas posturas religiosas.
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Para terminar, sólo quiero pedir a cuantos lean este post que nadie piense que yo me siento seguro en todo lo que pienso, en lo que creo, en lo que vivo o en lo que decido. Tengo mis convicciones firmes y fuertes. Y conste que una de esas convicciones es que constantemente debo luchar para saber armonizar, en mí, mis propias convicciones y mis propias certezas con las convicciones y las certezas de los demás. Sólo así -creo yo- se puede ser verdaderamente humano y siempre buena persona, por encima de todo lo demás.
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domingo, 13 de febrero de 2011

¡POR FAVOR! QUE NOS HABLEN DE DIOS!

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Me llama la atención, y me preocupa, que en la Iglesia se nos hable tan poco de Dios. Obispos, curas, cristianos de derechas y de izquierdas, casi todos andamos enzarzados en discusiones sobre muchas cosas. Asuntos relacionados con lo que opinan los políticos, los periodistas, los científicos, los hombres de negocios, los economistas, los progresistas y los conservadores. Nos preocupa todo eso. Y por eso hablamos tanto de esas cosas. Señal de que todo eso es lo que nos apasiona. ¿Y de Dios? ¿No tenemos nada que decir?
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Seguramente, y sin darnos cuenta de lo que ocurre, la pura verdad es que de Dios hablamos. Pero lo hacemos de forma que damos de él una imagen lamentable. Con nuestras divisiones, conflictos y enfrentamientos, con nuestros insultos y mututas agresiones, con las cosas extravagantes que decimos y hacemos, con todo eso, lo que pasa es que muchos ciudadanos terminan pensando y diciendo que hablar con "gente religiosa" es hablar con "gente rara", gente que vive en "su mundo". Porque no tenemos los pies en la tierra, sino que, con frecuencia, damos la impreisón de andar por las nubes. Así, lo que conseguimos, es dar una imagen de Dios que resulta lamentable, desagradable, sospechosa, quizá insoportable.
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Y entonces pasa lo que estamos viendo: es ya demasiada la gente que "puentea" a la Iglesia, pasa por encima de ella, precinde de obispos, curas y teologías, y prefiere entenderse directamente, y como puede, con Dios.
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¿Por qué no hablamos más de Dios? ¿Es que no sabemos hablar de eso? ¿Es que nos da miedo? ¿Es que no tenemos nada que decir sobre esa cuestión fundamental? Jesús habló constantemente del Padre porque hablaba constantemente con el Padre. Nuesto silencio sobre Dios es la denuncia más fuerte de nuestra falta de experiencia de Dios. Si lo que de verdad nos apasiona en la vida es la política, el dinero, los cargos, ascensos y dignidades, ¿cómo vamos a poder hablar de Dios?
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EL FANATISMO: PELIGRO DE ALTA TENSIÓN

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Por desgracia, es frecuente encontrar en la vida gente fanática. Hay fanáticos en el mundo del pensamiento, del deporte, de la política... Y por supuesto, también en la religión. Sobre todo, cuando política y religión se refuerzan mutuamente. En ese caso, el fanatismo desemboca inevitablemente en las formas más aberrantes de violencia. Pero, ¡antención!, no nos engañemos hablando de este asunto con ligereza. Uno de los estudiosos, que ha analizado con más seriedad el fenómeno del fanatismo, ha sido Amos Oz, reconocido intelectual comprometido con el proceso de paz en Oriente Medio. Pues bien, este escritor israelí, galardonado por sus trabajos sobre este espinoso problema, ha dicho acertadamente que "el fanatismo es más viejo que el islam, que el cristianismo, que el judaísmo. Más viejo que cualquier Estado, gobierno o sistema político. Más viejo que cualquier ideología o credo del mundo. Desgraciadamente, el fanatismo es un componente siempre presente en la naturaleza humana, un gen del mal, por llamarlo de alguna manera".
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Fanatismo viene del término latino fanum, que significa sagrado, era (en la religión romana) un lugar sagrado. De ahí que profano es lo que está fuera del espacio sagrado. Por lo tanto, se puede afirmar que fanatismo es la postura y la convicción de quien hace de sus ideas algo literalmente sagrado, por más que él no se dé cuenta de lo que hace. Y, como es lógico, el que hace de sus ideas o de sus preferencias una "realidad sagrada", por eso mismo convierte sus ideas y sus gustos en algo intocable, incuestionable, indiscutible. Lo cual ya es molesto y suele ser origen de conflictos y situaciones conflictivas en las que hablar con calma y sosiego, dialogar en paz y con buena voluntad, todo eso resulta sencillamente imposible.
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Pero en el fanatismo hay algo peor y mucho más peligroso. El citado Amos Oz se ha dado cuenta de lo más destructivo que entraña el fanatimso y lo ha formulado así: "Creo que la esencia del fanatismo reside en el deseo de obligar a los demás a cambiar". Aquí está el verdadero problema. Porque quien va por la vida pretendiendo obligar a los demás a que cambien de ideas, de convicciones, de preferencias, de conducta..., quien hace eso en la vida es inavitablemente una persona que va faltando al respeto, agrediendo a todo el que no piensa o vive como él, despreciando a mucha gente y, si es necesario, un individuo puede terminar siendo un auténtico terrorista. Un terrorista que a lo mejor no pone bombras, ni mata a nadie. Pero bien sabemos que hay terroristas del espíritu, que se sienten con derecho a insultar, ofender, humillar, despreciar, denunciar, amargarle la vida a otras personas. Y, además, hacen todo eso tan tranquilos. Más aún, con la conciencia de que es eso lo que tienen que hacer.
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Desgraciadamente, los terroristas del espíritu abundan en las religiones. Cosa temible. Porque pueden llegar a ser las peorres personas del mundo con la mejor conciencia del mundo. No sé si este tipo de gentes tienen solución. Lo dudo mucho. Sea lo que sea de este asunto, lo que es seguro es que los terroristas del espíritu son los que más daño le hacen a la causa de Dios. He ahí por qué he dicho que el fanatismo es un peligro de alta tensión.
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lunes, 7 de febrero de 2011

LA ESCANDALOSA TOLERANCIA DE JESUS

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Si nos atenemos a lo que cuentan los Evangelios, nos llevamos la sorpresa de que Jesús fue escandalosamente tolerante con personas y grupos con los que ningún hombre, reconocido como observante y ejemplar desde el punto de vista religioso, podía ser tolerante. Al tiempo que se mostró extremadamente crítico con aquellos que se veían a sí mismos como los más fieles y los más exactos en su religiosidad. Jesús fue tolerante con los publicanos y pecadores, con las mujeres y con los samaritanos, con los extranjeros, con los endemoniados, con las muchedumbres del gentío (óchlos), una palabra dura que designaba a la "plebe que no conocía la Ley y estaba maldita", a juicio de los sumos sacerdotes y de los fariseos observantes (Jn VII, 49; cf. VII, 45). Y es curioso, pero esa gente es la que aparece constantemente acompañando a Jesús, escuchándole, buscándole.... Los relatos de los evangelios son elocuentes en este punto concreto y repiten muchas veces que el "gentío", la "muchedumbre"... era la que buscaba a Jesús, la que le oía, la que estaba cerca de él. Y aquella mezcla de Jesús con el "gentío" llegó a ser tan agobiante, que hasta la familia de Jesús llegó a pensar que había perdido la cabeza (Mc III, 21). Jesús compartía mesa y mantel con gente pecadora, lo que daba pie a murmuraciones por causa de semejante conducta (Lc XV, 1 s). Jesús siempre defendió a las mujeres, por más que fueran mujeres poco ejemplares. Hasta llegar a decir que los publicanos y las prostitutas entraban antes que los sumos sacerdotes en el Reino de Dios (Mt XXI, 31). Jesús defendió a una famosa prostituta en casa de un conocido fariseo (Lc VII, 36-50). Como defendió el derroche de perfume que hizo María en la cena de homenaje que le hicieron a Jesús (Jn XII, 1-8). Y sabemos que, cuando iba de pueblo en pueblo por Galilea, le acompañaban, no sólo los discípulos y apóstoles, sino también bastantes mujeres, entre ellas la Magdalena, de la que había expulsado siete demonios (Lc VIII, 1-3). Jesús siempre se puso de parte de los cismáticos y despreciados samaritanos, hasta poner como ejemplo de humanidad a uno de ellos, frente a la dureza de corazón del sacerdote (Lc X, 30-35).
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Con lo dicho hay suficiente para hacerse una idea de lo "escandalosa" que tuvo que resultar la tolerancia de Jesús. Ser tolerante con los que viven y piensan como cada cual vive y piensa, eso no es sino sentido común. El problema está en saber con qué tenemos que ser tolerantes. Y qué cosas no se deben tolerar. Por supuesto, aquí tocamos un tema extremadamente difícil de precisar y delimitar con exactitud. Por eso entiendo que haya personas que entran en el blog y expresan sus desacuerdos con lo que yo escribo. Los entiendo perfectamente. Y me parece que es bueno que todo el que entre en este blog se sienta con libertad para decir lo que piensa, con tal que eso se haga con argumentos y razones, nunca agrediendo o humillando al que no se ajusta a mis puntos de vista. Pero con eso, nada más, no tocamos el fondo del problema.
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Yo creo que todo depende de aquello que para cada cual es "intocable". Dado que estamos en un blog de Teología, la cuestión que, a mi modo de ver, habría que afrontar es la siguiente: desde el punto de vista del Evangelio, "lo intocable" ¿es "lo religioso" o es "lo humano"? Pienso que es capital , para un creyente en Jesucristo, tener bien planteada y bien resuelta esta pregunta. De sobra sabemos que, por salvaguardar los derechos de la Religión, a veces, no se respetan los derechos humanos. Por defender un dogma, se ha quemado al hereje. Como por asegurar un criterio moral, se ha metido en la cárcel al homosexual o se apedrea a una adúltera. Es sintomático que los enfrentamientos, que, según los Evangelios, tuvo y mantuvo Jesús, fueron con gente muy religiosa, al tiempo que se llevó bien con los grupos humanos que la Religión despreciaba o perseguía. Es evidente que, para Jesús, su relación con el Padre del Cielo era lo central. Pero lo que pasa es que Jesús entendía al Padre del Cielo de forma que ese Padre no hacía diferencias. Y por eso es el Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos; y manda la lluvia sobre justos y pecadores (Mt V, 45). Porque es humano necesitar el sol y necesitar la lluvia. Cosas que, por lo visto y a juicio de Jesús, son más intocables que la "bondad" de unos o la "maldad" de otros.
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¿Que todo esto entraña sus peligros? Sin duda alguna. Pero a mí, por lo menos, me parece que es mucho más peligroso dividirnos y enfrentarnos por motivos religiosos, de forma que tales motivos justifiquen las mil intolerancias que hacen la vida tan desagradable y hasta puede ser que la lleguen a hacer sencillamente insoportable. Eso nos hace daño a todos. Y además daña -y mucho- a la Religión. ¿Por qué, si no, la Religión se ha hecho tan odiosa para no pocas personas, muchas de las cuales sabemos que son gente honrada a carta cabal? Las Religiones tendrán que pensarse este asunto. Y tendrán que hacerlo de prisa y con toda honestidad, si es que quieren que la historia no las arrolle y las deje tiradas en las cunetas de los muchos caminos de este mundo.
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domingo, 6 de febrero de 2011

Un tercio de los teólogos de habla alemana exige el fin del celibato, el sacerdocio de la mujer, se muestra favor de la inclusión de parejas del mismo

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La crisis ya es insostenible… y como sigan ciegos y sordos a lo que ya es un clamor en las bases católicas, la jerarquía va camino del abismo… Si hasta el portavoz de la Conferencia Episcopal Alemana, ante el horror de la Caverna, reconoce lo positivo del manifiesto. Pero el Papa alemán mirando hacia otro lado…
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Revolución en la patria de Ratzinger. Un tercio de los teólogos católicos de habla alemana residentes en Alemania, Suiza y Austria (144 profesores de Teología católica), han suscrito un manifiesto en el que exigen profundas reformas de la Iglesia Católica, que incluyen, entre otras, el fin del celibato, el sacerdocio femenino y la participación popular en la elección de obispos.
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Los firmantes suponen mas de un tercio de los 400 teólogos del área de habla alemana, según revela hoy el rotativo Süddeutsche Zeitung, en el que se afirma que su cifra sería mayor si muchos no hubiesen negado su rúbrica por miedo a represalias.
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La iniciativa supone además el mas importante alzamiento contra la cúpula de la Iglesia Católica desde hace 22 años, cuando 220 teólogos suscribieron en 1989 la llamada Declaración de Colonia, crítica con el gobierno de la iglesia ejercido por Juan Pablo II.
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La profesora de Teología de Münster Judith Könemann, una de las ocho personas redactoras del manifiesto, reconoce que se hubiesen conformado con 50 firmas, pero subraya que el amplio eco demuestra que han “tocado un nervio”, en declaraciones el citado rotativo.
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Entre los firmantes destacan prestigiosos profesores eméritos como Peter Hünermann y Dietmar Mieth, viejos luchadores por las reformas como Heinrich Missalla y Friedhelm Hengsbach, progresistas como Otto Hermann Pesch o Hille Haker, pero también conservadores como Eberhard Schockenhoff.
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Redactado con los escándalos de pederastia en el seno de la Iglesia Católica como trasfondo, el texto es prudente y alaba también el llamamiento de los obispos a un diálogo abierto.
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Tras explicar que se ven “en la responsabilidad de hacer una aportación a un nuevo comienzo real”, la tesis central del memorando subraya que la Iglesia Católica solo “puede anunciar al liberador y amante Dios Jesucristo”, cuando ella misma “es un lugar y un testigo creíble del mensaje de liberación del Evangelio”.
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Debe reconocer y fomentar “la libertad del hombre como criatura de Dios”, respetar la conciencia libre, defender el derecho y la justicia y criticar las manifestaciones que “desprecian la dignidad humana”.
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Sus exigencias, que prudentemente califican de “retos”, incluyen “mayores estructuras sinodales en todos los niveles de la iglesia” y la participación de los fieles en la elección de sus obispos y párrocos.
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El manifiesto subraya que la Iglesia Católica necesita “también sacerdotes casados y mujeres en el oficio eclesiástico, señala que la falta de sacerdotes fuerza la existencia de parroquias cada vez mayores y lamenta que los sacerdotes sean “quemados” ante estas circunstancias.
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Igualmente destaca que la defensa legal y la cultura del derecho” en la Iglesia deben “mejorar urgentemente” y comenta que la elevada valoración del matrimonio y el celibato suponen “excluir a personas que viven el amor, la fidelidad y la preocupación mutua en una relación estable de pareja del mismo sexo o como divorciados casados en segundas nupcias.
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El manifiesto critica además el “rigorismo” de la Iglesia Católica y subraya que no se puede predicar la reconciliación con Dios sin crear las condiciones para una reconciliación con aquellos “ante los que es culpable: por violencia, por negar el derecho, por convertir el mensaje bíblico de libertad en una moral rigurosa sin misericordia”.
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A la tormenta del pasado año (en referencia a los escándalos de pederastia) no puede seguir tranquilidad alguna”, afirma el texto, que considera que “en las circunstancias actuales solo puede ser la tranquilidad de la sepultura”.
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Y tras exigir diálogo y comentar que el miedo no es buen consejero, recuerda que los cristianos han sido “llamados por el Evangelio a mirar con valor hacia el futuro y como el llamamiento de Jesús a Pedro para caminar sobre las aguas: ‘¿por que tenéis miedo? ¿es vuestra fe tan pequeña?’”.
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viernes, 4 de febrero de 2011

LA TOLERANCIA, AHORA MAS NECESARIA QUE NUNCA

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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No pretendo cortar con mis modestos y sencillos recuerdos de la historia del cristianismo, de la Iglesia y de su teología. Eso es ahora quizá más necesario que nunca. Y precisamente por eso, porque es tan necesario y tiene tanta actualidad, por eso me parece conveniente decir hoy algo sobre la tolerancia. Porque tengo la fundada impresión de que, cuando se sacan a la luz determinados recuerdos del pasado, sucede exactamente lo mismo que cuando se agitan los bajos fondos estancados bajo una superficie aparentemente limpia: el agua estancada huele mal. Y hay muchas personas que no soportan olores demasiado fétidos. La reacción, entonces, es la intolerancia, echando mano, si es preciso, de un clavo ardiendo.
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A mí me parece que tenía razón A. Sajarov cuando dijo que "la intolerancia es la angustia de no tener razón". El eminente físico ruso, que fue Sajarov, experimentó en sus propias carnes lo que representa en la vida la intolerancia de quienes carecían de razones para prohibirle acudir a Oslo a recoger el Nobel de la Paz. Por otra parte, la certera formulación de Sajarov sobre la intolerancia se palpa cada día con más fuerza. Porque cada día hay más gente que vive la angustia de no tener razón para oponerse a cosas que no está dispuesta a tolerar. ¡Amigos internautas!, "estamos tocando el fondo".
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Viendo las cosas con los ojos de la fe, uno se acuerda enseguida del texto más sencillo y más profundo que se ha escrito sobre la tolerancia. Me refiero a la parábola de la cizaña (Mt XIII, 24-30). Comentando esta parábola, escribió Erasmo, en su Paráfrasis de san Mateo, esta reflexión tan profundamente humana: "Los siervos que quieren segar la cizaña, antes del tiempo para eso, son aquellos que piensan que los falsos apóstoles y los heresiarcas deben ser eliminados por la espada y los suplicios. Pero el dueño del campo no quiere que se les destruya sino que se les tolere, pues quizá se enmienden y, de la cizaña que eran, se tornen trigo. Si no se enmiendan déjese a su juez el cuidado de castigarlos un día.... Mientras tanto, hay que tolerar a los malos mezclados con los buenos, puesto que habría más daño en suprimirlos que en soportarlos".
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Erasmo tenía -y sigue teniendo-, en este asunto, toda la razón del mundo. Por dos motivos, sobre todo: 1) Porque, si es que somos creyentes o, al menos, nos queda algo de sentido común, lo más serio que podemos hacer es "dejar a Dios ser Dios", es decir, el juicio le corresponde a Dios. Y nadie tiene derecho a usurparlo y apropiárselo. Dejemos, pues, que sea Dios quien dicte sentencia sobre quién es trigo y quién es cizaña. 2) ¿Es malo que convivan el trigo y la cizaña? Peor es ir por la vida con la pretensión de que soy yo el que veo las cosas como son y tengo siempre la razón. ¿Por qué es eso lo peor? Porque lo más determinante en la vida no son las "verdades", sino las "convicciones". Las mil guerras y batallas de la verdad contra el error han ensangrentado demasiadas páginas de la historia. Y ¿para qué? Para causar espantosos sufrimientos y no arreglar nada. Sin embargo, ¿quiénes son los que más han influido en la vida de los pueblos y han cambiado -para bien o para mal- el destino de los pueblos? Los que han sido marcados con la fuerza de las más profundas convicciones.
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El que está convencido de una cosa, la hace. Y si no la hace, es que no está convencido de tal cosa.
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He dicho (y repito) que ahora necesitamos más que nunca la tolerancia. Porque el trigo y la cizaña están ahora más mezclados de lo que imaginamos. Y más que se van a mezclar. Por eso, sin duda alguna, la vieja "rabies theológica" (de la que tanto se habló en los ambientes eclesiásticos medievales) está ahora más floreciente que nunca. Por eso, a quienes insultan y ofenden, a quienes ridiculizan y atacan asestando el golpe donde más duele, yo les pregunto: ¿es que no tienen más argumentos que el insulto y la ofensa? ¿no tienen otras razones de las que echar mano? Los que así proceden, sólo hacen ostentación de una sola cosa: de la enorme angustia que segrega en ellos la intolerancia.
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