lunes, 27 de septiembre de 2010

LOS HERMANOS DEL RICO EPULON

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Hoy, domingo 26 de septiembre, el Evangelio de la Misa es la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc XVI, 19-31). Pero sabemos que también el Evangelio de Juan habla de un enfermo, llamado Lázaro (Jn XI, 1), el hermano de Marta y María, al que Jesús resucitó (Jn XI, 43-44). Seguramente, nunca hemos pensado que el Lázaro del Evangelio de Lucas y el Lázaro del Evangelio de Juan no son dos personajes distintos, sino que son el mismo individuo o, mejor dicho, son el mismo símbolo, que prolonga y completa la misma enseñanza. De forma que el Lázaro de Juan es el complemento final de una lección estremecedora, que empieza en la parábola de Lucas.
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El relato de Lucas dice que el rico epulón se murió y fue a parar "al lugar de los muertos, en medio de tormentos" (Lc XVI, 23), mientras que a Lázaro, que también murió, lo llevaron los ángeles "al seno de Abrahán" (Lc XVI, 22). Esta "historia" termina diciendo que el rico atormentado le suplicaba a Abrahán que, por lo menos, enviara a Lázaro para decir a sus hermanos que cambiaran de vida y así evitarían la condenación. A lo que Abrahán contestó: "Tienen a Moisés y a los Profetas, que los escuchen" (Lc XVI, 29). Pero el rico insistió: "No, padre Abrahán, si un muerto resucita, se convertirán". A lo que respondió Abrahán con la respuesta más dura que uno se puede imaginar: "Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite un muerto, no se convertirán" (Lc XVI, 30-31). O sea, el que está instalado en la vida y tiene una buena posición, aunque resucite un muerto y venga a decirle que debe cambiar, haciendo caso a la Palabra de Dios, ése no cambia. Es más, hace lo que sea necesario para no cambiar.
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Pues bien, el muerto resucitó: Lázaro volvió a este mundo (Jn XI, 1-46). Y el Evangelio de Juan completa la parábola con un final dramático: el muerto resucitado, en vez de motivar a los instalados a repensar la vida que llevaban y el poder que tenían, la decisión urgente que tomaron fue matar también a Jesús. Así termina el cuarto Evangelio el relato de Lázaro (Jn XI, 47-63).
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La parábola de Lucas tiene un significado social tremendo. El Lázaro de Juan prolonga y completa al de Lucas, llegando a una conclusión sobrecogedora. El rico Epulón es el sistema de los "satisfechos del dinero", a los que no les importa que los hambrientos se mueran en el portal de su casa. Los hermanos del rico Epulón son los "satisfechos de la religión", los dirigentes del sistema religioso, que, si se ven amenazados en su poder y privilegios, rechazan y matan a Jesús (Jn XI, 53) y no dudan en matar también a Lázaro porque no soportan que la gente se vaya con Jesús y tome en serio el Evangelio (Jn XII, 10-11).
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Esta historia sigue adelante en este momento. Los "satisfechos del dinero", lo mismo que los "satisfechos de la religión", ni le hacen caso al Evangelio, ni están dispuestos a cambiar aunque los muertos salgan de sus tumbas y vengan a decirles que se van a condenar. El sistema no cambia: ni el sistema económico, ni el sistema religioso. Los que tenemos que cambiar (si es que no estamos integrados en el sistema) somos nosotros. Porque, desde abajo, con la fuerza de nuestras convicciones evangélicas y la honradez de nuestras vidas, es como únicamente podemos conseguir que la gente escuche a los profetas. Sólo así lograremos que la vida vaya cambiado. Y cambiará.
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