jueves, 30 de diciembre de 2010

FIN DE AÑO: UNA PALABRA DE ESPERANZA

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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Después de varios días de silencio en este blog, silencio impuesto por obligaciones a las que no he podido renunciar, quiero decir, ante todo, una palabra de gratitud y reconocimiento a todos los que, llevados por su buena voluntad y su anhelo de búsqueda, visitan el blog. A todos quiero agradecer sinceramente lo que nos ayudan a los demás que aquí colaboramos. Y quede claro que nos ayudan, hagan o no hagan comentarios, y, por supuesto, sean cuales sean sus puntos de vista, sus aportaciones, sus consensos o sus disensos. La diversidad y el pluralismo son constitutivos de la vida humana. Y si aquí se manifiesta la diversidad y el pluralismo, eso nos quiere decir que aquí hay humanidad. La humanidad en la que, según recordamos estos días los creyentes, Dios se ha hecho presente. La divinidad nos rebasa y no está a nuestro alcance. Por eso Dios se humanizó. Y así nos enseñó que, siendo cada día más sinceramente y honradamente humanos, es como podemos establecer nuestra verdadera relación con Dios.
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Estamos al final de un año que ha sido demasiado duro para demasiada gente. Estos días de Navidad, que se viven como fiesta de alegría y razonable diversión, suelen ser crueles para muchas personas. Me refiero a quienes, precisamente porque en el ambiente hay alegría y fiesta, por eso ellos sienten con más dolor el zarpazo de la soledad, el desamparo, la carencia de tantas cosas, y la desesperanza. Todos deseamos un año nuevo feliz. Y así lo decimos de palabra. Pero no nos vendría mal caer en la cuenta de lo que, para un cristiano, significa y exige "decir una palabra". La liturgia de estos días repite varias veces el prólogo del evangelio de Juan (I, 1-18). El evangelio de la "Palabra" (Lógos). Dicen los entendidos que el lógos de los griegos expresaba el proceso de pensar, es decir, la pura idea en el ámbito de la especulación. Sin embargo, en el antiguo Oriente, la palabra no consistía en un mero pensamiento o la designación de un objeto. No. La "palabra" era, en aquellas antiguas culturas orientales, "un poder" que desencadenaba unas consecuencias. Es decir, la "palabra" estaba vinculada a la "acción". Así lo entendía la cultura hebrea cuando se refería a la palabra (dabar).
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Pues bien, así se entiende en el Evangelio la palabra. Por eso el centurión romano le dijo a Jesús: "Dí una sola palabra y mi criado sanará" (Mt VIII, 8; Lc VII, 7). De ahí, la conexión que se establece entra la "palabra" y la "acción": decir una palabra es actuar en consecuencia y, por tanto, aportar soluciones, salud, vida, salvación (cf. Lc XXIV, 19; Hech IV, 29. 31; VIII, 25; XI, 19; XIII, 46; XIV, 25; XVI, 6. 32). Por tanto, para una persona que tiene verdadera fe, decir una palabra de "felicidad", de "paz" o de "esperanza", por poner sólo algunos ejemplos, es algo que no se puede hacer alegremente y así, por las buenas y sin más. Decir una palabra, para "cumplir", no; no se debería hacer. Decir una palabra de paz es comprometerse a trabajar por la paz. Como decir una palabra de felicidad es adquirir un compromiso de hacer lo que esté al alcance de uno, para que entre las personas haya más felicidad.
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Y conste, para terminar, que, al decir estas cosas, siento que pesa sobre mí el compromiso y la responsabilidad de no decir, así, por las buenas, palabras que no me comprometen a nada. Muchas veces pienso que tendría que aprender a decir solamente aquello que explica mi propia vida. O sea, primero "hacer". Y luego, "explicar" lo que he hecho. Así, y sólo así, habría armonía en la vida. Y nuestras palabras tendrían una credibilidad de la que, con frecuencia, carecemos.
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