viernes, 4 de febrero de 2011

LA TOLERANCIA, AHORA MAS NECESARIA QUE NUNCA

por José María Castillo
(Doctor en Teología y ex Sacerdote Jesuita)
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No pretendo cortar con mis modestos y sencillos recuerdos de la historia del cristianismo, de la Iglesia y de su teología. Eso es ahora quizá más necesario que nunca. Y precisamente por eso, porque es tan necesario y tiene tanta actualidad, por eso me parece conveniente decir hoy algo sobre la tolerancia. Porque tengo la fundada impresión de que, cuando se sacan a la luz determinados recuerdos del pasado, sucede exactamente lo mismo que cuando se agitan los bajos fondos estancados bajo una superficie aparentemente limpia: el agua estancada huele mal. Y hay muchas personas que no soportan olores demasiado fétidos. La reacción, entonces, es la intolerancia, echando mano, si es preciso, de un clavo ardiendo.
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A mí me parece que tenía razón A. Sajarov cuando dijo que "la intolerancia es la angustia de no tener razón". El eminente físico ruso, que fue Sajarov, experimentó en sus propias carnes lo que representa en la vida la intolerancia de quienes carecían de razones para prohibirle acudir a Oslo a recoger el Nobel de la Paz. Por otra parte, la certera formulación de Sajarov sobre la intolerancia se palpa cada día con más fuerza. Porque cada día hay más gente que vive la angustia de no tener razón para oponerse a cosas que no está dispuesta a tolerar. ¡Amigos internautas!, "estamos tocando el fondo".
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Viendo las cosas con los ojos de la fe, uno se acuerda enseguida del texto más sencillo y más profundo que se ha escrito sobre la tolerancia. Me refiero a la parábola de la cizaña (Mt XIII, 24-30). Comentando esta parábola, escribió Erasmo, en su Paráfrasis de san Mateo, esta reflexión tan profundamente humana: "Los siervos que quieren segar la cizaña, antes del tiempo para eso, son aquellos que piensan que los falsos apóstoles y los heresiarcas deben ser eliminados por la espada y los suplicios. Pero el dueño del campo no quiere que se les destruya sino que se les tolere, pues quizá se enmienden y, de la cizaña que eran, se tornen trigo. Si no se enmiendan déjese a su juez el cuidado de castigarlos un día.... Mientras tanto, hay que tolerar a los malos mezclados con los buenos, puesto que habría más daño en suprimirlos que en soportarlos".
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Erasmo tenía -y sigue teniendo-, en este asunto, toda la razón del mundo. Por dos motivos, sobre todo: 1) Porque, si es que somos creyentes o, al menos, nos queda algo de sentido común, lo más serio que podemos hacer es "dejar a Dios ser Dios", es decir, el juicio le corresponde a Dios. Y nadie tiene derecho a usurparlo y apropiárselo. Dejemos, pues, que sea Dios quien dicte sentencia sobre quién es trigo y quién es cizaña. 2) ¿Es malo que convivan el trigo y la cizaña? Peor es ir por la vida con la pretensión de que soy yo el que veo las cosas como son y tengo siempre la razón. ¿Por qué es eso lo peor? Porque lo más determinante en la vida no son las "verdades", sino las "convicciones". Las mil guerras y batallas de la verdad contra el error han ensangrentado demasiadas páginas de la historia. Y ¿para qué? Para causar espantosos sufrimientos y no arreglar nada. Sin embargo, ¿quiénes son los que más han influido en la vida de los pueblos y han cambiado -para bien o para mal- el destino de los pueblos? Los que han sido marcados con la fuerza de las más profundas convicciones.
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El que está convencido de una cosa, la hace. Y si no la hace, es que no está convencido de tal cosa.
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He dicho (y repito) que ahora necesitamos más que nunca la tolerancia. Porque el trigo y la cizaña están ahora más mezclados de lo que imaginamos. Y más que se van a mezclar. Por eso, sin duda alguna, la vieja "rabies theológica" (de la que tanto se habló en los ambientes eclesiásticos medievales) está ahora más floreciente que nunca. Por eso, a quienes insultan y ofenden, a quienes ridiculizan y atacan asestando el golpe donde más duele, yo les pregunto: ¿es que no tienen más argumentos que el insulto y la ofensa? ¿no tienen otras razones de las que echar mano? Los que así proceden, sólo hacen ostentación de una sola cosa: de la enorme angustia que segrega en ellos la intolerancia.
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